El pasado 23 de diciembre compartí en mis redes sociales una noticia que me alegró sorpresivamente. Cortesía de La Hora, el titular decía: «Preparan reformas al Código Civil para legalizar unión de personas del mismo sexo». La diputada Sandra Morán, autoproclamada feminista y abiertamente homosexual, tomó esta acción que considero coherente con sus ideales y la representatividad que merecen los guatemaltecos LGBTI. La nota indicaba que estas propuestas seguramente generarían controversia, pero que tendrían su espacio después de que se resolvieran las tareas legislativas de mayor urgencia.
Como era de esperarse, la nota estaba acompañada de una aplastante respuesta adversa: de casi 2000 reacciones, 1115 eran negativas. Los comentarios eran coloridos: desde insultos y versículos bíblicos hasta reclamos por aquellas cosas «más importantes en la coyuntura nacional», o, mis favoritas, las mediaciones hipócritas con frases como «yo respeto a los que no son heterosexuales pero pienso que deberían respetar los Principios». (sic. -y debo decir que ese me dio más risa que pena).
Con todo y todo, después de ver las centenas de peleas verbales entre desconocidos que aplaudían la iniciativa de Morán y desconocidos que se hincaban en tapitas por este mundo pecador, llegué a la triste conclusión (aún más triste por ser también predecible) de que este país no posee madurez emocional ni civil. Sí, existen el odio y la homofobia de fanáticos, chauvinistas e ignorantes, pero lo que me preocupa no es esa gente (en la mayoría de casos podría culpar a la senectud), sino la gente como la de este último comentario que parafraseé por aquello de las tildes y la puntuación.
Son esas personas que respetan pero no aceptan, que cuentan que conocen a un homosexual pero no lo tratan, o que amablemente proponen que las parejas LGBTI se vayan a México o cualquiera de los otros 21 países que permiten esas «aberraciones». Se llaman a sí mismos tolerantes, como si la homosexualidad fuera una enfermedad, una creencia o un hábito tan molesto como la gente que no conoce los audífonos para escuchar música en público. Estas son las personas que gustosamente permitirían una unión de hecho entre homosexuales, pero jamás lo llamarían matrimonio ni permitirían que se legalice una adopción para que formen una familia (corre el rumor de que las parejas homosexuales crían hijos homosexuales, cosa que jamás se ha visto en un hogar tradicional).
Muchas personas también dicen que la comunidad LGBTI no merece exigir estos «privilegios». Déjenme decirles que el matrimonio definitivamente no es un privilegio. Un privilegio sería, por ejemplo, casarse a los 16 años o exonerarse de pagar impuestos sobre la renta por razón de culto, pero la gente no parece tener un problema con eso. Podrá parecer que existe aceptación, pero esta postura refleja una discriminación acaso más dañina porque promueve un arquetipo de la vida normal y trata a la comunidad LGBTI como una plaga controlada. Creo que el mayor obstáculo para la aceptación de una comunidad genuinamente pluralista es la desinformación. No hablo de los fundamentalistas que seguirán comprando cilicios hasta la llegada del Rapto, sino del discurso de las llamadas «mentes abiertas y progresistas» que aún tratan a la comunidad LGBTI como una cuestión de escándalo.
Coincidente con el estreno de la primera película de 50 Shades of Grey en 2015, F&G Editores lanzó la antología de 39 relatos eróticos escritos por mujeres: Cuerpos. Mis impresiones completas sobre el contenido de este libro serán tema para otro día (y prometo un tema muy agitado), pero en esta ocasión quiero señalar el tratamiento que tuvo la antología con sus personajes lesbianas. Porque sí: las hubo y en impresionantes cantidades, y de hecho casi igualan las instancias de personajes adúlteras. No sé si se trate de una comunidad creativa que aún no supera la represión, pero muchos de estos relatos son sobre personajes que viven el erotismo oculto o prohibido, y no como una parte deliciosamente sencilla y natural de la experiencia humana. En muchos casos, la maravillosa revelación del relato es que la mujer normal se deleita con una repentina relación lésbica. Como cantaba Katy Perry: I kissed a girl and I liked it- hope my boyfriend don’t mind it…
Si estas autoras consagradas o primerizas del volumen «largamente gestado» (palabras de la contraportada) fueron incapaces de retratar a un personaje avatar que se encuentra conforme con su cuerpo, su pareja o su sexualidad, cuestiono su brillante decisión de crear personajes gay para provecho de su escándalo narrativo, para dárselas de transgresoras con un desarrollo tan pobre que, contrario al propósito de celebrar el erotismo, sigue barnizándolo de ridículo. Aún peor: este tipo de acercamientos a la ficción perpetúan estereotipos que solo empobrecen la opinión de las comunidades aludidas, y le dan razón a las personas que dicen que la literatura no sirve para nada.
Existe esperanza, dicen, y me alegra que no venga de esas «mentes abiertas». En marzo de 2016 el RENAP correspondió a las propuestas de diversas organizaciones LGBTI para educar a su personal y prevenir actos discriminatorios. Ahora es posible que un hombre o mujer transexual cambie su nombre de pila por uno que corresponda con su género. Sin embargo, muchas de estas acciones han sido incomprendidas por los empleados y aún no han tenido una comunicación efectiva. De momento, los medios tampoco han vuelto a aludir a la iniciativa de la diputada Morán. Será cuestión de esperar y cruzar los dedos para que triunfen, en una rara instancia del gobierno guatemalteco, el entendimiento y el sentido común.
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Es un placer leerte: Como dijo una vez el Dr. Seuss: «Si dejas tus ojos abiertos, oh, las cosas que aprenderás. Oh, las cosas más maravillosas.» (aplica en mi mundo, a tener la mente abierta también). *abrazo fuerte*
Muchas gracias, Jaime.
Un abrazo.