Sí, estoy hablando de un término feminista, así que los invito a preparar sus insultos para la sección de comentarios. En la teoría de género, el concepto de la «mirada masculina» (término creado por Laura Mulvey para estudios de cine) se refiere a la representación artística y mediática de las mujeres por autores masculinos, para audiencias masculinas y en función de dinámicas masculinas dentro de la obra. Como el feminismo en estas latitudes del tercer mundo solo sirve para hacer memes, es justo explicar cómo la mirada del macho trasciende a otros medios y la manera en que nos afecta como artistas y espectadores.
Invariablemente, un autor imprime sobre sus creaciones las creencias ―falsas o fundamentadas― que sostiene en torno a sus otros. Si bien estos otros pueden ser personas de otra edad, clase social o etnicidad, los contrastes de género suelen ser más permisivos para que un creador perpetúe paradigmas y estereotipos. Como ejemplo: la audiencia es mucho más comprensiva con Bukowski cuando él habla sobre la fragilidad de sus amantes, que con Twain cuando bromea sobre lo ignorantes que son los esclavos negros.
Los ejemplos más obvios de la mirada masculina están en la publicidad: se emplean imágenes de mujeres sensuales para vender motores, cervezas o lubricantes mecánicos. A la vez, cualquier película hollywoodense en estos días tiene al menos una escena topless para una actriz pero casi nunca veremos un pene en el celuloide, mucho menos un pene en disposición vulnerable si comparamos la cantidad de personajes prostitutas, strippers y víctimas que les designan a las actrices. El mismo fenómeno aparece en la literatura. Basta con abrir cualquier novela de pulpa de autoría masculina y contar la cantidad de veces que una protagonista “casualmente” acaricia sus senos, estira sus piernas o balancea sus caderas mientras compra el pan o imprime fotocopias.
La mirada masculina empieza con esta modalidad de voyeurismo, una invitación al lector para recrear la imaginación y no necesariamente nutrir el argumento o la narrativa de una obra o mensaje. Como resultado, el espectador masculino tiene la tarea de completar su percepción de una mujer-personaje o mujer-objeto artístico con base en su propia escala de valores. Es decir, los medios y el arte motivan a que un hombre fundamente en su interpretación esos paradigmas y estereotipos como la verdad absoluta. Y podrán decir que es ficción, pero pensemos en cómo se emplean fábulas y parábolas para educarnos moral y sentimentalmente. Que sea fantasía no implica que no lo interpretemos con emociones y lógica reales.
Dicen que una crisis emerge cuando nuestras expectativas son desproporcionales a nuestra realidad y supongo que por eso es tan fácil que formemos relaciones tóxicas. Pienso en cómo la figura materna es el vínculo femenino más fuerte en la vida de todos los hombres, y con base en el mismo se configuran las definiciones de la mujer como objeto (no sujeto) sexual, emocional y productivo. Pienso en todas las veces que algún hombre me ha pedido que sea menos malhablada, más coqueta, más cariñosa o más delgada. Absolutamente todas esas solicitudes fueron hechas para satisfacer sus necesidades en función de mi identidad. ¿O por qué diablos me habría insistido un exjefe que yo lo saludara siempre con un abrazo?
Como mujeres sometemos nuestro cuerpo, tiempo, energía y autoestima para pertenecer. Nos enseñan a competir por llamar la atención de los hombres en lugar de crear o lograr con nuestras capacidades y la verdad es que cada cierto tiempo me espanta ver cuántas poses y costumbres debo desaprender para recuperarme a mí misma, para entender y aceptar que no hay nada mal con mi cuerpo y mi mente. Y si es cierto eso de que la belleza está en los ojos que miran, prefiero ser un esperpento antes que un cuadro de Boticelli.
Cuando era adolescente, un par de compañeros me apodaron Marianela, como la protagonista flacucha, fea y pobre en la novela homónima de Benito Pérez Galdós. Decían que el único hombre capaz de amarme debería ser ciego. Creo que la verdad era al revés.
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¿Cómo es al revés » el único hombre capaz de amarme debería ser ciego»? El único ciego capaz de amarme debería ser hombre… o sólo un ciego podría amarlos a ellos … o el único hombre capaz de amarme debe ser vidente… o solo un ciego no sería capaz de amarme… no entendí.
El único hombre que Angélica podría amar debería ser ciego. En alusión a que sería un hombre que no podría ver a un objeto sexual y la «vería» como persona.
Lastimosamente para muchas cosas como anuncios o videos de música la mujer es utilizada como objeto sexual,