La pregunta más recurrente que he recibido acerca de mi carrera en letras es esta: «¿Para qué sirve?». Pasé muchos años elaborando respuestas que elocuente, arrogante o ilustradamente resumieran el valor incalculable de las artes literarias, la proeza de los legados humanistas, mi compulsión por comprar libros que tardo años en leer y anotar series de palabras en los márgenes de mis agendas; pero a menos que mañana escriba mi testimonio de que siendo puta me fue mejor, o me disponga a escribir consejos espiritistas, o relate mis fantasías de ser el juguete sexual de un millonario o un vampiro, a nadie realmente le interesa para qué me sirve crear literatura por la pura gana. Así que para ahorrarnos el tiempo voy a aclarar de una vez por todas que escribir —sinceramente— no me sirve para nada.
Primero que todo debería confesar que lo que más disfruto escribir es poesía. Puedo pasar un día completo retorciendo palabras a razón de sonidos o significados. Sufro súbitas obsesiones con la obra poética de algunos autores. Guardo las notas de texto de mis experimentos con una especie de morbo y los releo de vez en cuando para darme un poco de vergüenza. He llegado a pensar que es una conducta fetichista, enfermiza y casi privada.
Dudo mucho que mi obra maestra vaya a convertirse en un galardón regional o en una película de M. Knight Shyamalan. Generalmente se resume en tuits maniacodepresivos. Algunas personas dicen que escribir les proporciona una catarsis, pero he perdido días enteros mordiéndome las uñas para componer ocho líneas de rima asonante, así que mi salud emocional es cuestionable. Creo que he escrito miles de poemas, privados, perdidos y regalados, pero me sobran dedos en una mano para contar las personas que se han interesado en ellos. Hasta hace poco alguien me insistió que los publicara o declamara frente a una audiencia. Estuve pensando en semejante disparate y la idea llegó a ser tentadora hasta que quise ponerle un propósito.
Soy la primera persona que se enfurece cuando dicen que la poesía es romántica o fácil de escribir, pero algo de razón podrían tener. Este país ostenta una curiosa variedad de poetisas, desde plagios piratas de Gabriela Mistral hasta las últimas luchonas de la izquierda erótica. Cerca del inicio de este siglo la plaga de liristas guatemaltecas era extraordinaria, pero a la fecha me cuesta demasiado recordar una sola línea que me haya impactado, o al menos parecido ingeniosa. En la universidad leí poemario tras poemario y jamás llegué a entender la vanidad con que estas mujeres pretendían ponerle una voz a un sentir colectivo. Las contraportadas describían los contenidos con la promesa de una experiencia emotiva femenina, corregida y aumentada. En verdad es ridículo cómo algunas de estas poetas se pusieron las cincuenta sombras eróticas de la manera más torpe porque nada rima con vulva, o compusieron baladitas de ruptura apenas comparables con las peores canciones de Taylor Swift, o bien, retorcieron la bandera feminista para ponérsela de tanga.
Este es mi momento de sonar irremediablemente cínica (y tal vez hasta cursi) porque la poesía no sirve para la causa de las emociones, y la verdad es que tampoco sirve para transformar las ambiciones de este mundo consumista, hedonista y piadoso. Mucha gente suele pensar que la poesía es un gesto de amor, pero sé decir que hay un ímpetu destructivo en la necesidad de disecar ciertas emociones en arte verbal. Al final, escribir poesía es un acto tan solipsista, tan aislado, tan masturbatorio… Creo que este es el artificio literario con menos clemencia para la mediocridad, y esta consiste precisamente en la estúpida idea de que un poeta habla por y para otros, que tiene una utilidad. Los versos más estremecedores que he leído son solo aquellos que nunca termino de comprender (y espero nunca lograrlo).
Me gusta pensar en la poesía como un infierno personal. Las oraciones más precisas que he escrito han sido para que las pronuncie, sufra y olvide yo, y quizás para que alguien las lea y atesore en un cuaderno con pésima caligrafía o en un mensaje virtual que descuartice los espaciados de cada estancia. La verdad es que yo tampoco quiero que ustedes sepan por qué lo hago.
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Me encanta esta entrada Angélica! Me hiciste reir, dudar, afirmarte, y preguntarme ¿quién, de veras, eres? No me hiciste bostezar en ningún momento.
Abrazos, Richard
¡Ay, gracias! Me alegra tanto que te haya gustado. Un abrazo.