En una de mis desaventuras en Internet descubrí un libro cursimente titulado El amor en tiempos del Facebook, de Dante Gebel. Aparentemente se trata de una compilación de «ensayos» que este tipo, autor de autoayuda medio conocido, comenzó a colocar en su página pública para ventilarse el corazón y ofrecer consejos para relaciones aparentemente inspirados por Miss Piggy: «Cuando empiece a maltratarte, bésala y dile cuánto la amas». Y sí, este tipo fue publicado y difundido porque al parecer existe un nicho de culto para sadomasoquistas codependientes.
Lo que me fascina de esta clase de historias es la forma en que, mientras los Dante Gebeles del mundo cobran más prestaciones, surgen dispersas legiones de autores renegados que demandan ser tomados en serio, que se enlutan porque nadie le da el Nobel a Murakami y que añoran un mundo donde haya más novelas realista-viscerales que programas de las Kardashian. Estos son los nuevos intelectuales, con sus blogs y manifiestos enterrados por los memes y las selfies en todas las redes sociales.
¿Por qué nadie les pone atención? ¿Es este el fin del humanismo? ¿Robará Taylor Swift el Nobel de Salman Rushdie? ¿Siguen siendo las preguntas un trillado tropo retórico? Pues bien, la razón por la que las masas huyen de los intelectuales como al ébola es porque son irremediablemente aburridos. Quizás son hasta más sosos que El amor en tiempos del Facebook, pero el sello de un autor intelectual es ese: entre más elevado, oscuro y moralista se manifieste, mayor es el regodeo sobre sus 17 seguidores activos.
Para celebrar a tantos intelectuales que claramente están marcando la diferencia en nuestro entendimiento de la cultura y el arte, de la política y la sociología de bar, de la astrofísica y la religión, he creado esta útil guía para que cualquiera se convierta en un clásico autor contemporáneo, ya sea de blogs, de columnas de opinión, artículos o de ensayos en sus estados de Facebook.
- Asegúrese de decirle a todas las personas que escribir es difícil. Escribir, para usted, es el proceso antihigiénico en que su propia sangre tiñe el papel (o la pantalla) con sus ideas y emociones. Escribir es una labor del sufrimiento y la ira. Jamás diga que lo disfruta.
- Utilice las redes sociales y la tecnología para escribir sobre lo viles y superficiales que son las redes sociales, alejando a las personas del romántico acto de pasar las páginas para mostrarles canales de videojuegos en YouTube y eternos ciclos de gifs.
- NUNCA lea. Jamás. Leer le provocará una realización de sus propias limitaciones creativas, incluso al punto de obligarlo a reconocer el crédito de otros autores. Rechace todas las invitaciones a leer cualquier tipo de texto, sea canónico o no, y explique que usted tiene su propia biblioteca de obras que lo han transformado (y que coincidentemente lo obligaron a leer en el colegio).
- Incite continuamente a la revolución. Designe un enemigo permanente en su discurso y dele un nombre de adjetivo compuesto, como subneolibertarios, protocolonialistas, macroeconosocialistas o lo que a su corazón más le mueva. Recurrentemente, exponga la necesidad de derrotar al conformismo y permitir que triunfe una era de luz (con dinero, con poetas, con liberales o lo que más le convenga).
- Entienda que usted, como autor intelectual, es el legislador no reconocido del nuevo orden mundial. Adopte la postura superior que le corresponde y describa largamente cómo nos arruinan las corporaciones, las iglesias, los cantantes de pop y los gobiernos. No se preocupe por ser específico y claro. Las referencias y fuentes son para los escépticos derrotistas.
- Invite continuamente al diálogo. Esta es la estrategia esencial ideada por los antiguos griegos para resolverlo todo, desde el hambre y el narcotráfico, hasta el aborto, la existencia de un dios y el origen del universo. Nadie más lo sospecha, pero usted tiene en el diálogo la llave de todas las crisis.
- Nunca desperdicie la oportunidad para hablar de sus sentimientos, especialmente aquellos que por ser universales nadie conoce, como el duelo, la ira o el amor. Describa con sus propias palabras cómo sus experiencias son las únicas que reflejan pura y certeramente esos sentimientos. El mundo necesita saber para sentir.
- Defienda continuamente la necesidad de su intelectualismo. Oféndase profundamente con cualquier filisteo que sugiera que la labor humanista o intelectual es inútil e irrelevante. Cualquiera puede convertirse en ingeniero, arquitecto o doctor, pero un autor puro es tan valioso como un unicornio volador. Recuerde: sus palabras construirán un mundo de posibilidades infinitas.
Nueve: Nunca sea consistente.
- Tenga a la mano una búsqueda de Google para extraer frases célebres de autores, artistas y científicos reconocidos. Los necesitará para agregar bellos epígrafes y elocuentes observaciones que evidencien su amplio conocimiento. No se preocupe por sacar las palabras de contexto ni conocer conscientemente su origen. Recuerde que el único que tiene derecho a saber la verdad, como le fue revelada en esta ardua tarea, es usted.
Pero si estas reglas son demasiado demandantes para su espíritu creativo y revolucionario, al menos recuerde su paráfrasis: nunca, ni de corazón, escriba de algo actual, relevante, cómico o interesante. Para eso sirven los community managers.
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