Me acerqué a Gabriela Miranda García por sus letras. Yo quería hablar con una poeta, pero no sabía que me estaba quedando corta con pensarla en un solo espacio. Gabriela nació en México y desde hace quince años vive en Centroamérica, primero en Costa Rica y ahora en Guatemala. Ha construido una identidad feminista relacionada completamente con lo que hace: teoría feminista-marxista. Tiene una inclinación teórica que pasa por la clase, el colonialismo, el racismo; todas estas opresiones múltiples y cómo están relacionadas unas con otras. Afirma que no puede hablar de feminismo sin tocar otros temas y que el clasismo le da una rabia diferente, “mucho menos contenida”.
Rabia. ¿Qué nos provoca rabia? ¿Podemos contenerla? ¿La expresamos o la transformamos de otra manera? México y Centroamérica comparten líneas culturales, como también de dolor e impotencia.
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Nadie nos prepara para el fin del mundo
y sin embargo hay tantos.
Moriremos antes que las cucarachas, las ratas y
los murciélagos
no quedaremos vivos
ni podremos hacer nada con los minutos que nos
queden antes del final.
Cuando se llevan a los niños
el fin del mundo ha comenzado,
se escribe con llanto y sangre.
Estoy furiosa y moribunda.
Una de las luchas de Gabriela se ha concentrado en la desigualdad entre hombres y mujeres, una de las desigualdades que siente más cercana en lo cotidiano y que confluye en sus expresiones y/o facetas poética, activista, tallerista, columnista, investigadora y escritora de artículos.
Hablando de opresiones y dolor llegamos a la victimización como forma de acomodamiento que no emancipa. Gabriela no se considera víctima de un sistema sino alguien que toma decisiones y reconoce los privilegios que tuvo para ello: la educación como autoformación con lecturas variadas desde los 7 años en una familia liberal que le permitió «afilarse» y tomar otro entendimiento, que incluso, sentó las bases para los procesos de enseñanza en los que participa ahora.
La educación como transformación de la conciencia es una herramienta para que se pueda tener la opción privilegiada de decidir dónde estar y cómo estar. Esta transformación permite construir posicionamientos más claros acerca de qué hablar y lo que se asume al hablar.
En la siguiente frase de Gabriela se encuentra una clave magistral sobre saberes: «Cuando uno va hablar sobre otro en condiciones de subordinación, cualquiera que este sea, otro que estructuralmente es subordinado; como hablar yo, como mujer mestiza, de las mujeres indígenas, o un hombre hablar sobre mujeres, o una persona blanca hablar sobre personas negras, siempre, siempre una debe tener claro que se va a equivocar, siempre te vas a equivocar, siempre vas a tener un error. Ahora uno tiene dos opciones: callarse o asumir el error”.
Para Gabriela, la vivencia es fundamental para lo que se escribe y se dice. Al «entender que tus palabas van a ser tiradas al aire y a la vida ante las personas», se debe asumir la responsabilidad por ellas.
En esta conversación-entrevista, de las palabras nos pasamos a la plaza pública y las acciones, al activismo tan mal visto en Guatemala. Estar ahí es importante: «Estar ahí es una especie de recuperación de todo lo perdido. Uno recupera en la calle algo de lo quitado, de lo arrebatado. Y la gente lo sabe, por eso entiende que la expresión más concreta de esa recuperación es la calle».
«Tenemos que hacer que las cosas sucedan, cualquier cosa. Uno tiene herramientas para hacer que algunas de las pequeñas cositas sucedan», afirma Gabriela. «Las cosas me suceden. Las cosas que le pido a la vida para mí son muy simples. Las que le pido al mundo o a la sociedad para otras personas son imposibles, pero esas de todos modos las voy a seguir exigiendo». En esas exigencias, que hoy suenan imposibles, incluye las que son para las mujeres, las personas campesinas, las personas trans, para los que han sido y siguen siendo sometidos a condición de subordinados.
El 26 septiembre, en un acto en conmemoración de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, México —coordinado aquí por Mexicanas en Guatemala—, se entregó una recopilación del trabajo de personas centroamericanas poetas, escritoras, fotógrafas y artistas que revivieron sus sentires ante este crimen de Estado.
Para este recopilatorio, Gabriela Miranda escribió 43 poemas. Numerados, narran y transmutan en voz/letras un horror que continúa hasta que no se sepa dónde están esas vidas y esos cuerpos.
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Durante tu ausencia murió el perro.
No estará aquí cuando vuelvas.
Tal vez yo tampoco, ni tus hermanas,
tal vez encuentres un país vacío,
si vuelves y no estamos
es porque todos salimos a buscarte.
Gabriela leyó esa tarde un poema extra, escrito ese día:
No sabe usted señor Presidente como quisiera arrancarle los ojos
y llenar con ellos este vaso vacío de agua y de leche.
Quiero exprimir sus ojos dictadores con estos mis dedos engañados.
No puede medir usted, este escupitajo que guardo en mi garganta
con la firme intención de arrojarlo sobre su rostro de tirano bien parecido.
Quisiera con un fervor incómodo verlo pudriéndose a usted,
a su mujer y a sus hijas montadas en zapatos Manolo Blahnik.
No sabe cómo me aterran mis propias palabras,
yo, señor Presidente,
contra toda condena pacifista
soy ese cuervo que usted ha criado.
Cuando aparezcan más letras de Gabriela Miranda, feminista, marxista y con el pesimismo necesario para generar voluntad —tengo que leer más a Gramsci—, las seguiré buscando y es posible que me vuelvan a dar ganas de aprender muchísimo mientras la escucho hablar.
†
¿Quién es Diana Vásquez Reyna?