Philip Roth (1933-2018) escribió que los autores que moldearon su sentido del país nacieron 30 o 40 años antes que él, producto de masas migrantes que abandonaron el Viejo Mundo para encontrar asilo en Estados Unidos. Todos aquellos escritores le mostraron lo pequeño de su mundo y llegaron a expandir una visión más completa de su país y del mundo, más allá de los límites de su residencia en Newark, Nueva Jersey.
Al igual que Roth, todas las personas llevamos en la memoria el recuerdo de aquellos nombres de escritores y escritoras con los que asociamos alguna etapa de nuestra vida, que provocaron un impacto en nuestra forma de percibir el mundo o con los que simplemente guardamos con cariño entrañable aquella sensación que se obtiene al cerrar las páginas de un libro recién terminado de leer, que es una mezcla de alegría y melancolía.
Es por ello que resulta un poco inútil tratar de realizar una especie de panegírico sobre la obra de Roth ya que sus propios escritos hablan por sí mismos como uno de los más importantes en la literatura del siglo XX; sin embargo, fue su maestría a la hora de escribir ―tal como los grandes escritores suelen echar una luz sobre lo que damos por sentado― la que nos recuerda la importancia del acto de leer, es el mutualismo que se da entre el escritor, el libro y el lector lo que al final cuenta.
La particularidad del acto de escribir radica en que, a diferencia de otras artes, este tiene que construirse incansablemente, concatenar ideas a través de las particularidades del lenguaje. No basta simplemente la manifestación mágica o circunstancial de una idea sino que es necesario amoldarla y reconstruirla hasta darle una forma para que pueda ser leída y ―preferiblemente― entendida. Por otro lado, el libro como mediador simboliza esa permanencia en el tiempo que encapsula no solo las ideas de quien lo escribió, sino las formas de determinada época, respondiendo a una función extraordinaria que enmarca épocas como si de una máquina del tiempo se tratara. Sin embargo, las páginas de un libro de nada sirven si no encuentran quien las lea.
Finalmente, el lector. La lectura de un texto no solo significa un intercambio de ideas o la construcción de un mundo más grande, son también un acercamiento hacia otros seres humanos. Leer genera empatía, es ver el mundo bajo otros ojos y situarnos en los zapatos de otras personas. Leer nos recuerda que no estamos solos.
En la actual configuración del mundo, las líneas de los regionalismos se van disipando poco a poco para dar lugar a una visión más globalizada. A pesar de que esto trae ciertos retos que necesitan ser tomados en cuenta tales como la uniformidad del conocimiento y la información, por otro lado, esta facilidad de acceso nos pone de manifiesto la responsabilidad de leer, no solo para expandir nuestras fronteras, sino para derribar los muros que han aislado y silenciado a otras voces que necesitan ser escuchadas y que por siglos han sido marginadas.
Leer es un peligro e implica construir llaves para acceder al conocimiento, y una vez que logramos obtener un atisbo de lucidez, las cosas no vuelven a ser las mismas. Las huellas que quedan son indelebles y por eso siempre recordaremos a quienes alumbran la oscuridad de la caverna para recordarnos que no estamos solos.
[Foto de portada: Wolf Gang]
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Gracias, Alejandro, por recordarme (recordarnos) que no existen escritores sin lectores y que el acto de escribir/leer es un acto «conjunto», tan íntimo que vence la soledad humana.