Las librerías son lugares orgiásticos. Todo placer es posible de la puerta en adelante cuando de pasar por una librería se trata. Esa sensación de andar de libro en libro cual colibrí sobre flores de colores, es deliciosa y a su vez peligrosa. Engullir con nuestros ojos una contraportada tras otra nos lleva a emocionarnos con tal o cual título, o nos lleva también a desdeñar a aquellos que tozudamente —o a lo mejor prejuiciosamente— nos resistimos a leer. Así somos, pasionales, primitivos y endiabladamente selectivos.
Mi trabajo como bibliotecaria me llevó la semana pasada a uno de estos maravillosos lugares. Ahí padecí nuevamente de esa terrible gula de contraportadas. Leí alguna que otra interesante, pero hubo una que se adueñó de la totalidad de mi interés: Dictadoras, ensayo escrito por Rosa Montero que retrata a los cuatro dictadores que hicieron del siglo pasado un luctuoso episodio en la historia mundial (Hitler, Mussolini, Stalin, Franco) desde la particular perspectiva de las mujeres de sus vidas, entiéndase, madres, esposas, hijas, amantes, etcétera. Personalmente tenía concebida a Montero como novelista pero desconocía que fuera periodista a su vez, y que además fuera excelente en ese ilustre quehacer.
Tanto fue el impacto que me produjo el descubrimiento su caleidoscópico perfil que decidí escribir esta semana sobre su propuesta ensayística. A veces pienso que el periodista y el literato no son seres diferentes. De hecho, hay entre ambos un arcoíris de virtudes compartidas y perfectamente armonizadas que dan excepcionales resultados: García Márquez, por ejemplo; Graham Greene, Hemingway, Orwell, Vargas Llosa y muchos otros magnos escritores que no llegan a mi mente de momento. Ya lo decía Oscar Wilde: “¿Cuál es la diferencia entre el periodismo y la literatura? ¡Ah! El periodismo es ilegible y la literatura no se lee. Eso es todo”. Por tanto, la balanza se inclina por las semejanzas, más que por las diferencias.
Pueda que para un periodista equis no parezca necesario el don de la narrativa más allá del objeto noticiario, o pueda también que para un escritor ye, el escribir apegado a las necesidades comunicativas con las que se rige el oficio informativo del periodismo sea un reto engorroso. Cualquiera que sea el caso, se necesita una sensibilidad especial para manejar exitosamente la palabra escrita, se sea periodista o escritor. Rosa Montero es precisamente un modelo extraordinario del arte literario y el periodismo a su vez.
Con una carrera novelística relativamente breve pero meritoria, Montero ha logrado brillar con luz propia. Amantes y enemigos, La vida desnuda y La loca de la casa son novelas vívidas y honestas. El título de esta última está ceñido a la frase de Santa Teresa de Jesús “La imaginación es la loca de la casa.” Una novela autobiográfica y al mismo tiempo un ensayo, pero ante todo un agasajo sensorial de doscientas setenta y un páginas, donde los descalabros pasionales del ser se ven retratados en la psicología de los dos actantes principales: Rosa Montero y su imaginación.
Así como la carrera narrativa de esta sagaz escritora española ha tenido aciertos literarios, sus pasos en el periodismo han sido firmes al punto de imprimir su huella en cada camino. Supe que en la década de los ochenta, por ejemplo, ganó el Premio Nacional de Periodismo para Reportajes y Artículos Literarios, pero no quiero perderme en estos detalles.
Dictadoras es, entonces, el producto de una macrolabor investigativa de campo que Rosa Montero edificó junto a su equipo de trabajo recorriendo los cuatro países que vieron nacer a los dictadores protagonistas. Personalmente me desvela e intriga de sobremanera el contenido del libro de Montero; imaginar esos túneles brumosos de la intimidad de los autores de las mayores masacres en el mundo; pensar en que, si por un lado fueron dictadores, por otro lado fueron también esposos, hermanos, padres… simplemente hombres; estratosféricamente diferentes a muchos otros, pero hombres en fin; hombres-niños que dejaron de construir avioncitos de papel para transformarlos, con el tiempo y las pasiones humanas, en aviones de gélido acero.
Retazos de testimonios en labios de mujer reconstruyen, o quizá hasta justifican desde otra perspectiva, la megalomanía de los cuatro terribles déspotas. Nombres clave como Eva Braun y Clara Petacci desfilan por las páginas reveladoras de la tiranía, la hipnotización de las masas y misoginia que caracterizaron a los opresores en mención.
La novela hispanoamericana se ha nutrido de las dictaduras para regalarnos fantásticas narraciones noveladas que nos hablan de los cerebros detrás de los mayores desajustes históricos. En el tiempo de las mariposas, escrito por Julia Álvarez y La fiesta del Chivo de Vargas Llosa, el lector se inmola en la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. Sin embargo, está sobreentendido que la latitud de realidad de las novelas riñe con el propósito de un ensayo periodístico.
Montero no es la primera en darle voz femenina a los andares de renombradas figuras político-militares. A su forma y en versión novela, Arráncame la vida de Ángeles Mastreta presenta a Andrés Asencio, un General porfirista de la Revolución Mexicana visto y descrito por su joven poblana esposa.
Me he quedado entonces con la necesidad de leer Dictadoras de Rosa Montero, porque libros como tales están destinados a aquellos que no nos conformamos con los formalismos e imposiciones de la historia enciclopédica o televisada, y que damos oportunidad al periodismo fusionado con la literatura, pues su denominador común es la palabra y más allá de eso, la experiencia humana.
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