Lo bueno, si prohibido, dos veces bueno


Rubí_ Perfil Casi literal

La labor del bibliotecario es hermosa sin importar cuánto signifique eso en ceros a la derecha de una cifra o hasta qué punto los horarios de trabajo son o no cómodos, o cualquier otra particularidad que premia y/o castiga al profesional de la información. Viene acompañada de todo tipo de experiencias: desde el niño que, al sonar la campana para el receso, cruza los pasillos necesarios para llegar a la biblioteca escolar, alcanzar a medias el mostrador e intentar narrar con sus propias palabras lo que descubrió en el libro que prestó, hasta el reticente lector de juicio de puercoespín que es capaz de desesperar hasta al más paciente de los colegas de las bibliotecas públicas.

Hay otras experiencias, como por ejemplo la de cerrar un ciclo escolar/laboral: esto suena dulcemente a campanillas porque significa seleccionar nuevos libros para el ciclo venidero. Esto viene amarrado a la experiencia particular de toparse con el babélico muro de la prohibición de tal o cual bibliografía, azucarado y oculto tras la máscara de diversas ideologías. Tanto en la iniciativa privada como en la pública, los criterios de selección bibliográfica en las bibliotecas de Guatemala están basados en juicios de valor que, si hurgamos un poquito, tienen su amarga y enredada raíz en la moral y en otras instituciones sociales que, si no nutren el crecimiento del ciudadano hombre o mujer, tampoco contribuyen mucho a su desautomatización. Tras esta conclusión me doy cuenta que precisamente ese es el objeto principal de la prohibición: engordar la fila de individuos modelo, de acuerdo a una sociocultura paradigmática y utópica. ¡Decepcionante realidad!

Una acción siempre genera una reacción. Este principio es suficiente para comprender la peligrosidad de la literatura. Esto no significa que leer propicie el caos; significa que las visiones individuales del mundo pueden cambiar por medio de cualquier lectura, hecho que a diferentes círculos sociales poderosos no les parecerá del todo conveniente. Reconocer que la proscripción de libros tales como Las aventuras de Tom Sawyer, Matar a un ruiseñor o Alicia en el país de las maravillas, entre otros, disminuía el crecimiento cultural de los jóvenes estadounidenses, llevó a la ALA (American Library Association) a celebrar la Banned Books Week (Feria de libros prohibidos) cada septiembre en distintos estados del país norteamericano. Este evento convoca a librerías, bibliotecas públicas, escolares y académicas a participar de distintas actividades que, durante dos días, tienen como objetivo el desmitificar los juicios negativos que empañan a algunos títulos, así como también contribuye a la inserción de los mismos en los anaqueles de las instituciones. Esta iniciativa es innovadora, refrescante y está potencialmente focalizada en los niños y los jóvenes.

Negar un título a un usuario es una sensación desdichada. El saber que si busca Lolita se le diga: no lo tenemos, y recordar el porqué no se cuenta con el libro en la colección: ¡Ah! porque es “incestuoso”, “inmoral” y cualquier otro absurdo apelativo. Si yo fuese una adolescente de quince años y usuaria de una biblioteca académica o pública estaría decepcionada de recibir una respuesta como tal. Y como la naturaleza humana lo dicta, evaluaría mis opciones para satisfacer mi curiosidad literaria: descargar el libro, comprarlo o buscarme otra biblioteca más completa. En conclusión, no estaría a salvo de las intenciones malignas de Nabokov; la prohibición sería un incentivo y no un obstáculo.

La censura bibliográfica en las bibliotecas no tiene fundamentos válidos y es una batalla perdida. El reconocer la diferencia entre el bien y el mal depende de muchas circunstancias no directamente de la clase de libros que se lean. Si alguna vez tienen la oportunidad de viajar a Estados Unidos en el mes de septiembre, aquí les comparto el enlace del evento Banned Books Week: http://www.bannedbooksweek.org/

¿Quién es Rubí Véliz Catalán?

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