La facultad de creación poética, narrativa y dramática no es el único denominador común que une a ciertos personajes a lo largo de la historia de la literatura. Corazones rotos, amores imposibles y constantes altibajos emocionales son razones por las que poetas como Manuel Acuña y poetisas como Alfonsina Storni han puesto punto final, no solo a sus obras, sino también a sus vidas.
Estudios afirman que las personas con alto nivel de sensibilidad para cualquier arte son propensas al suicido y a los desórdenes de conducta. Según los datos provistos por la Escuela de Filología Histórica de la Universidad Autónoma de México, la creatividad y originalidad del quehacer artístico aumenta considerablemente cuando el artista atraviesa desequilibrios en el estado de ánimo y condición mental.
Un ejemplo destacable se puede observar en la escritora inglesa Virginia Woolf: las voces que la atormentaban desde el fondo de su esquizofrenia la recluían en un mundo ajeno al real. El resultado de esos momentos agónicos fue su reconocida novela La señora Dalloway, que la crítica inglesa señala como su mejor creación, no a consecuencia de su enfermedad, sino a pesar de ella. Tiempo después Virginia decidió morir ahogada al igual que la poetisa Alfonsina Storni, quien se quitó la vida por un amor no correspondido. Las mismas razones tuvo Sylvia Plath para meter su cabeza al horno de una estufa hasta ahogarse con gas luego de descubrir la infidelidad de su esposo.
Pero el suicidio no solo es cuestión de damas. “[…] adiós por la última vez /amor de mis amores; / la luz de mis tinieblas, / la esencia de mis flores, / mi mira de poeta, / mi juventud, ¡adiós!”. De esta forma concluye el poema “Nocturno a Rosario” escrito por el poeta mexicano Manuel Acuña y dedicado a Rosario De la Peña, una mujer casada que también fuera musa de José Martí. El amor de Acuña por Rosario no prosperó y con una sobredosis de cianuro de potasio dio fin a sus días. El romanticismo español lloró igualmente a Mariano José de Larra, quien al igual que Acuña nunca fue afortunado en el amor. Durante su carrera de medicina se enamoró de una joven de la que supo poco después que era la amante de su padre. Mariano no tuvo un matrimonio feliz y siempre mantuvo amoríos extramaritales. Una de estas mujeres hizo que se decepcionase de la cultura de su país, y una vez más, del amor. Se disparó con un arma de fuego al igual que lo hiciera el autor del relato El viejo y el mar y ganador del Premio Nobel de literatura en 1954, Ernest Hemingway, un personaje multifacético que militó en la Primera Guerra Mundial y en la Guerra Civil Española, fue aficionado a las corridas de toros y además a la cacería en África hasta que una depresión prolongada lo llevó a quitarse la vida con una escopeta de dos cañones.
Pero no solo los escritores se suicidan, también lo hacen sus personajes, y a veces, hasta los lectores que se identifican y se hunden en las ficciones literarias. En el siglo XVIII el movimiento romántico de Alemania se vio marcado por la masiva ola de suicidios inspirados por la novela epistolar Las penas del joven Werther, escrita por Goethe. Werther sufre de amor por Charlotte, una mujer comprometida, y su idilio irrealizable lo lleva a suicidarse con la pistola del prometido de Charlotte. En su momento, la novela fue desterrada por las autoridades de danesas, alemanas e italianas debido a su perturbadora influencia en la juventud europea. Pese a ello, hoy la novela goza de fama y reconocimiento universal dentro de la literatura del Romanticismo.
Con respecto a este tema existen distintas posturas. Una de ellas la hace la escritora y crítica literaria colombiana Lucía Solano Navarijo, quien opina que “señalar que la sensibilidad es la principal causante de los suicidios en el ámbito literario es un absurdo. La pelea entre la sensibilidad y el talento no tiene soporte desde el punto de vista del talento, debido a que ceder poder a la sensibilidad por encima del talento, es opacar totalmente el genio de muchos autores reconocidos que han muerto por razones que nos son el suicidio.”
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Yo siempre he pensado que el suicidio tiene algo de poético, aunque como todo en la literatura romántica, llegó a sus abusos y se convirtió en lacrimógeno. Prefiero aquellos suicidas que, más que morir de amores, mueren por sus conflictos existenciales no resueltos; pero principalmente, prefiero a aquellos suicidas que, sin el valor necesario para acabar de una vez con su vida, se van matando poco a poco, día a día, autodestruyéndose. Tienen un no sé qué de sino trágico que admiro, que amo, que adoro…