«Mi amor por la literatura comenzó a los 11 años. Nunca dejé de leer o escribir, pero nunca publiqué nada. Durante algún tiempo pensé que la literatura era escribir lindo, escribir bonito. Yo, por ejemplo, a los 14 años escribí romances. Eso tampoco lo publiqué. Me gustaba mucho el ensayo. Eso si lo publiqué. Entonces pensé que lo que quería no era escribir bonito, sino reflexivo, muy reflexivo, como todo ensayo, pero tenía que estar bien escrito».
Hace unos días tuve la oportunidad de conocer al escritor español-guatemalteco Francisco Pérez de Antón. Francisco, quien ha residido en Guatemala desde 1963 y se presenta guatemalteco con orgullo, ha publicado dieciséis obras, entre ellas: El pozo de la espuma, Chapinismos del Quijote, Memorias de cocinas y batallas, Ciudad de Guatemala, La guerra de los Capinegros, Los hijos del incienso y de la pólvora y El sueño de los justos. Su obra más reciente se titula Cisma sangriento.
Francisco considera que, de la misma manera en la que un actor —es decir, una persona de carne y hueso con experiencias y pensamientos propios— se viste con piel ajena para representar en el escenario a una persona distinta a él, un escritor, en el proceso de escritura, ejerce distintas labores, es distintas personas.
A manera de metáfora, Francisco compara la escritura con la construcción de una casa. Tal y como le dices a tu arquitecto «deseo una casa tec», o «deseo una casa estilo colonial», el escritor comienza con una idea que resulta ser la línea argumental de la historia, la brújula que guiará el proceso. Esta idea debe contener en sí un elemento apasionante. «A la hora de escribir un relato complejo tienes que vivir con él uno o dos años. El objeto de todo el trabajo mental tiene que ser permanente», afirma. El arquitecto tiene la tarea de materializar la idea, es el encargado de estructurar, ordenar y distribuir los elementos de la historia. Dibuja los planos y teje el hilo conductor. Todo arquitecto, para ejercer y construir un hogar funcional y estable, requiere un amplio conocimiento de teoría y práctica. De igual forma, un escritor también debe dominar su campo.
«En mi biblioteca tengo al menos 150 libros sobre técnicas narrativas. También escribo todos los días, aunque sea basura, escribo religiosamente. Vivo con un proyecto uno o dos años. El objeto de todo trabajo mental tiene que ser permanente».
Al finalizar los planos, la primera pregunta que se formula el arquitecto es: ¿quién habitará esta casa? Luego le siguen preguntas como ¿Qué tipo de personas son? ¿Qué necesidades tienen? ¿Qué estilo de vida llevan? Cada persona diseña su hogar según las necesidades de su día a día. Así el arquitecto también funge el papel de un artesano. Este último es quien posee la habilidad de crear personajes y una atmósfera, perfilándolos lo más detallado posible: con gustos, miedos, deseos, motivaciones, virtudes, defectos y necesidades.
«El artesano da la primera forma al escrito. Comienza a profundizar. Está lleno de dudas. De la misma manera, un escritor de novela debe tomar miles de miles de decisiones a lo largo de estar escribiendo… El artesano comienza a poner rostro y personalidad. Todos los personajes no deben ser perfectos. Porque a final de cuentas nadie es perfecto».
Al finalizar la obra gris aparece un nuevo personaje: el editor. Él es a quien llama el arquitecto para realizar los detalles más delicados (y caros) de toda la obra: los acabados. El editor es analítico, meticuloso y bastante severo. Observa la realidad de una manera cruda y con sentido lógico. No tiene miedo de decir la verdad, se apega al presupuesto y puede trabajar con lo que ya está en marcha.
Por último aparece el artista. Este último personaje, según Francisco, trabaja con brincos. Lo que hay que hacer es aprovechar esos brincos. El artista sabe que es quien se preocupa porque la novela tenga una misma voz narrativa, o muchas, pero que esté bien lograda. Repara en las palabras que tengan melodía y a la vez signifiquen algo. El artista es quien al final elige los toques finales: el color de los muebles de la sala, los cuadros que van en el pasillo, las macetas de la entrada, el espejo en el dormitorio y el adorno de botellas para la cocina. «El artista es quien menos trabaja de todos. Es el que al final recoge el texto y dice: bueno yo lo voy a hacer bonito».
Regresamos al principio. No todos los escritores saben actuar y no todos se percatan de que, para escribir, el alma debe sufrir distintos desdoblamientos. Los que principian en este oficio tienen la urgencia de terminar rápido e incluso creen que escribir es cuestión de esperar a que las ideas caigan del cielo. Olvidan que hay etapas: una que corresponde al hemisferio derecho y otra al izquierdo, que al tener la obra escrita no va directo a imprenta. Olvidan que el escritor debe convertirse a la vez en editor severo y artista desbordado, encontrar el justo medio y, sobre todo, no olvidar que el oficio del verdadero escritor no es «escribir bonito», sino escribir algo que esté «bien escrito».
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