Por qué todos los panameños deberían leer Con ardientes fulgores de gloria, de Juan David Morgan


Javier Stanziola_ Perfil Casi literalCon ardientes fulgores de gloria, la novela histórica de Juan David Morgan, ha sido controversial desde su publicación en 1999. Para muchos historiadores de profesión, escuchar que este texto se ha convertido en la versión definitiva de los eventos que llevaron a la separación de Panamá de Colombia es causa de agruras estomacales crónicas. Para muchos en el pequeño mundo de escritores de novelas en Panamá, esta obra se beneficiaría de un proceso de edición despiadado. Para sus críticos literarios, la novela necesita ser podada de los muchos párrafos entrañables para el autor pero innecesarios para crear tensión dramática. Por otra parte, es notorio que el texto adolece de una sintaxis pegajosa y confusa.

Para mí, Con ardientes fulgores de gloria es, con sus muchas páginas de más, un referente necesario para entender la identidad panameña. Su autor es una de las pocas personas que podía tallar tan finamente las abrumadoras decisiones que tomaron los mal llamados próceres de la patria.

Una novela sobre este tema sin muchas ambiciones se hubiese enfocado en las miles de horas que Manuel Amador Guerrero —quien se convertiría en el primer presidente no electo por votación popular de Panamá— pasó encerrado en una habitación de hotel en Nueva York esperando citas con abogados estadounidenses, la atención de representantes del gobierno de Teodoro Roosevelt y la llegada de telegramas de sus cómplices panameños. Pero esto sería otra versión más de las tantas que se han hecho de un Esperando a Godot que solo resultaría en una parodia barata.

En su lugar Morgan piensa en grande. El autor desmenuza las conversaciones y pensamientos de muchos de los panameños, colombianos, estadounidenses y un francés (todos hombres) que estuvieron directamente involucrados en los eventos que llevaron a que del 3 al 5 de noviembre de 1903 Colombia perdiera uno de sus estados.

A pesar de que esta complicada estructura requiere de trucos narrativos arriesgados y de saltar de un personaje a otro en el lapso de un párrafo, el autor tiene total control de la narrativa al comandar un conocimiento íntimo y profundo sobre cada uno de estos personajes. Este es un conocimiento que, sí, supongo está alimentado por horas de investigación y conversaciones con historiadores e historiadoras. Pero lo que enriquece a esta novela es que la persona que procesa y comunica esta historia tiene una empatía infinita y experiencia directa de lo que significa ser un hombre con poder que ha tomado decisiones fundamentales para un país entero.

De haber escrito yo sobre Amador Guerrero fácilmente hubiese caído en la creación de un personaje mequetrefe que traiciona sus principios. Pero a manos de Morgan —fundador de una de las más importantes firmas de abogados de la región y miembro de un gran número de juntas directivas de organizaciones de alto alcance social y comercial—  podemos sentir la angustia de cada concesión que un hombre pasado de su otoño tuvo que machacar en su cerebro para lograr su objetivo.

Por otra parte Con ardientes fulgores de gloria pinta la pérdida colombiana como un proceso liderado por la élite comercial y política de todos los países involucrados, con poca o nula contribución de las clases populares. De hecho en repetidas ocasiones los panameños que lideran este movimiento plantean que sería una distracción involucrar al pueblo en la planificación inicial de estos eventos. Esto no quiere decir que el sentimiento separatista estaba ausente en Panamá, pero sí nos recuerda que en todo gran evento histórico a algunos nos toca el rol de peones y a otros de Reina.

Por ejemplo, las negociaciones finales que llevaron a los tratados que terminarían diplomáticamente con la intervención estadounidense 74 años después también se cocinaron por la élite política de su momento a puertas cerradas. El plan estratégico que determinó nuestro modelo económico luego de la reversión del área del Canal a Panamá fue escrito a puertas cerradas por una élite intelectual conservadora con el apoyo del poder militar.

Y detrás de estas puertas, los mal llamados próceres entendieron perfectamente —nos deja saber Morgan— que la intervención de los Estados Unidos significaría convertirnos en un protectorado. Ellos entendieron y aceptaron que hablar de soberanía era un lujo que no se podían dar si querían cumplir su meta de mantener la estructura económica de país de tránsito que Panamá ha tenido desde la invasión española.

En 1903 un grupo de hombres decidió —y así nos lo enseñaron en la escuela— que era mejor perder la dignidad que re-imaginar nuestro modelo económico. Era preferible rendirse a los caprichos de un presidente estadounidense prepotente que darse cuenta de que nuestra obsesión por conectar el Pacífico y el Atlántico tanto en ese entonces como hoy beneficia a un puñado de personas y deja atrás a cientos de miles de niños y niñas con hambre y desesperanza.

[Foto de portada: Laura Muñoz]

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