Ser auténtico: ¿un lujo para hombres homosexuales de cierta edad?


Javier Stanziola_ Perfil Casi literal¿Alguna vez la jefa de recursos humanos te ha obligado a asistir a un seminario sobre cultura organizacional con todos tus colegas? ¿Durante su tediosa presentación azucarada con chistes sonsos, te has preguntado qué pecado cometiste para merecer tal martirio? Así andaba yo hace un par de semanas, cuando de repente los chistes se convirtieron en un debate sobre el liderazgo. Mis compañeros de trabajo opinaban que la autenticidad era el ingrediente clave detrás de las personas líderes. O sea, todo ese cuento de «sé tú mismo», «enamórate de tu singularidad» y otras frases dignas de Paulo Coelho es lo que te hace líder.

Durante el almuerzo de emparedados secos e insípidos abordé a un compañero para el mandatorio chismorreo. Para mi sorpresa, él se sentía motivado por el seminario a ser más auténtico y demostrar sus habilidades de liderazgo. Mi abrumador y eterno deseo de morir sin amigos produjo una respuesta inhóspita: a nadie le importa si somos auténticos. Por el contrario, ganas el juego cuando pretendes serlo y todo el mundo crees que lo eres. En ese momento no supe de dónde había surgido tan poca gentileza, pero la conversación terminó con mi compañero regalándome una muy auténtica mirada de compasión.

Ser auténtico cuando tu singularidad como hombre homosexual va en contra de los valores de todos los sacerdotes, monjas, maestras, maestros y los compañeritos y compañeritas de la escuela hubiese sido equivalente a cometer suicidio. Siempre he reconocido el valor y he admirado la resiliencia de mis compañeros homosexuales de la escuela que sí se atrevieron a ser auténticos. Pero esconder lo que soy fue parte de mi educación. En la escuela, la maestra nos pedía compasión por el chico que movía sus caderas auténticamente. Las canciones y libros de artistas panameños de ese entonces eran catastróficos.

En El nacimiento de Ramiro, Rubén Blades cantaba gozoso «y eso sí, Señor, lo pido en Tu nombre [que mi hijo] no me salga marica, que no me salga ladrón». En Machito, el escritor panameño Alejandro Cantón-Dutari buscaba darnos una lección sobre cómo las plumas de un joven que vivía auténticamente su homosexualidad lo estaban asfixiando moralmente. Por suerte, el chico estaba recibiendo ayuda psicológica que lo ayudaría a desplumarse. Décadas después descubrí que Cantón-Dutari era un psiquiatra que aplicaba terapia de shock a jóvenes homosexuales que llegaban a su práctica, como está dramatizado en este monólogo que produje.

Pero hasta autores del frio norte me narraban las dificultades de ser auténtico y homosexual a la vez. La línea de la belleza, una de las más hermosas novelas del escritor homosexual Alan Hollinghurst, nos presenta a un protagonista, Nick, muy dispuesto a esconder su orientación sexual con tal de no ser excluido del círculo político en el que ha logrado entrar. Su admiración por Margaret Thatcher, que instigó leyes en contra de la homosexualidad en el Reino Unido, es inmensa. El momento más inolvidable de la novela es cuando Nick, hasta la guacha en cocaína, le pide a Thatcher bailar con ella en una fiesta; esta acepta y todos se apartan para admirar a dos bellezas flotar como dioses.

Hasta los más aguerridos de los hombres homosexuales en mi biblioteca saben que ser auténtico no es para ellos. Jasper, el novio de Alice en La buena terrorista, es un homosexual de armario de los ochenta que quiere unirse al Ejército Republicano Irlandés y destruir al gobierno británico. Sin dinero, Jasper vive cabizbajo y dependiente de las habilidades de Alice de conseguir dinero y comida. Pero cualquier libra esterlina que caiga en su bolsillo es utilizada para desaparecer por días, sudar encima de otros hombres, y regresar con una amplia sonrisa a los brazos de Alice, la única persona que lo conoce realmente.

La literatura de hoy nos regala personajes homosexuales muchos más complejos de los que leí en mi juventud. Sin duda, eso ayudará a que más jóvenes hombres homosexuales puedan vivir auténticamente, desde el liderazgo o no. Quizá para mí ya sea muy tarde. A esta edad, cuando veo que casi todos los candidatos a la presidencia de Panamá están dispuestos —inauténticamente— a discriminar familias como la mía para ganar poder político, la autenticidad sigue siendo un lujo que no merezco.

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