Eugenia Viteri, en su folleto titulado Manuela Sáenz dentro de las celebraciones del bicenterio de las independencias de América del Sur, nos presenta a Manuela Sáenz Aizpuru, mujer nacida a finales del siglo XVIII, quien vivió la época independentista y sus luchas y movimientos desde una primera plana, pues a diferencia de la gran mayoría de mujeres de su contemporaneidad, Manuela Sáenz se involucra convirtiéndose en una heroína de los procesos de independencia de Sudamérica.
A pesar de haberse generado grandes controversias sobre su fecha de nacimiento, se ha determinado en el año de 1795 en la Real Audiencia de Quito. Hija fuera de matrimonio de Simón Sáenz, de origen español, y de la ecuatoriana Joaquina Aizpuru.
Manuela o Manuelita, como le solían llamar sus amigos, queda huérfana a corta edad, lo que permite (debido a las tradiciones de la época) no desarrollarse únicamente en los ámbitos admitidos para la mujer, como lo eran bordar, coser y preparar alimentos, sino también involucrarse y generar interés por la lectura y el estudio, leyendo a los clásicos griegos y latinos, aprendiendo inglés y francés y poco a poco irse involucrando en las conversaciones, pláticas y organizaciones políticas que por aquel entonces proponían cambios radicales hacia el dominio y políticas de la corona española en el continente americano.
Mientras que todas las jovencitas estaban siendo educadas para casarse, Manuela a los doce años de edad se incorpora a las fuerzas revolucionaras emancipadoras que iniciaron la “Revuelta en Quito”, en 1809. Este proceso fue de poca duración, mas no las ideas rebeldes de Manuela y que la acompañaron durante toda su vida.
Esta mujer obedece a la figura de su tiempo, pero la transforma convirtiéndola en un ejemplo de lideresa desde el momento en que se dedica a estudios diferentes que le habrían de permitir una visualización nueva del mundo, una filosofía personal que la llevaría a tomar decisiones aún en contra de las costumbres y a pesar de las críticas de una sociedad completa.
A los diecisiete años fue enviada a un convento para que fuera educada como todas las señoritas en Quito. Para 1818 contrajo matrimonio con el médico inglés James Thorne, matrimonio arreglado por el padre de Manuela con este hombre que le doblaba la edad, pero quien era muy adinerado. Él estaba realmente enamorado de la joven y respetaba su involucramiento en política. Un año después la pareja llegó a Lima, donde Manuelita, como parte de su vida en sociedad, inició frecuentes tertulias en torno a temas revolucionarios. El 28 de julio de 1821, Manuela es testigo de la declaración de independencia del Perú y participó de lleno en todo el proceso. Fue por sus servicios patriotas y su valor que se le nombró “Caballeresa de la Orden del Sol”.
Según lo narra la comisión permanente de Conmemoraciones Cívicas “En 1822, Manuela viajó a Ecuador con su padre, dejando a su marido en Quito. El 24 de mayo, día del triunfo de Pichincha, tuvo la oportunidad de entablar amistad con el general Sucre. También conoció al general Juan José Flores y a Simón Bolívar, quien sería llamado El Libertador. A partir de ese instante la joven de 25 años sería la fiel compañera y amante del gran héroe Bolívar.”
Con el paso del tiempo se convierte en el amor de Simón Bolívar, con quiern se traslada al Perú y se coloca dentro del ejército de lucha por la libertad de América del Sur y por el sueño de una Gran Colombia que alcanzaría junto al Libertador. Esta mujer valiente que cabalgaba, peleaba y atendía enfermos, se enfrentó a la serie de prejuicios de su época, a las duras aseveraciones y a la crítica despiadada que la sociedad le dio por haber dejado a su esposo y haberse consagrado en cuerpo y alma a Bolívar y al sueño de libertad para toda América.
Cuando el libertador se encontraba en lo que hoy es Bolivia, el marido de Manuela intentó un acercamiento con su mujer. Ella, muy airada, le envió una carta que todavía se conserva donde explica por qué la relación es imposible y en la cual da fin a su matrimonio.
En lo personal veo en Manuela Sáenz a una mujer adelantada a su época, pues siendo una dama perteneciente a una élite con ciertos privilegios decide tomar las armas, el camino de la lucha, las ideas de libertad de Bolívar y enfrentarse al mundo, no únicamente en las luchas independentistas sino a una sociedad que la carga con prejuicios. En la carta de despedida a su esposo bien lo dice: “Yo sé bien que nada puede unirme a Bolívar bajo los auspicios de lo que usted llama honor. ¿Me cree usted menos honrada por ser él mi amante y no mi marido? ¡Ah!, yo no vivo de las preocupaciones sociales. Déjeme usted en paz…”
Debido a la situación política conflictiva en que vive la región y a la gran cantidad de enemigos que tiene Bolívar y su causa, Manuela decide, para 1827, encontrarse con su amante de forma inmediata en Bogotá. A pesar de los intentos por mantener unida a la Gran Colombia, en 1829 se produce la separación de Venezuela; para 1830 Bolívar abatido y vencido renuncia a la Presidencia de Colombia y se retira hacia Santa Marta, encargándole a Manuela el cuidado de su archivo personal, mismo que le es negado por el Ministro del Interior y que en consecuencia lleva a esta extraordinaria y valiente mujer a reclamar y exigir hasta de forma escandalosa su devolución; logra se le entregue el archivo personal pero como consecuencia Manuela Sáenz es expulsada de Bogotá, rechazada por periódicos y revistas que le atribuyen ser la culpable de la debilidad de las leyes que regían Colombia. Nunca más volverían a estar juntos Manuela y Bolívar, ella pasaría sus últimos años en Paita, Perú, donde permanecería conservando y defendiendo el pensamiento bolivariano.
Es inevitable hablar de Manuela Sáenz sin hablar de Simón Bolívar, pero no precisamente porque se deba a él. De hecho, para el momento en que Manuelita conoció al Libertador, ya era candidata para recibir la Orden de Caballeresa del Sol, reconocimiento otorgado por José de San Martín por la lucha en pro de las causas libertarias en América del Sur. Simón encuentra en Manuela a una compañera que se enfrentó a una sociedad reproductora de supuestas normas de conducta y que cargaba a la mujer con obligaciones que giraban en torno a las “buenas costumbres” y a la “virtud”, y ella encuentra en Bolívar a un compañero que compartía una visión de libertad y que tenía el liderazgo, la inteligencia y el coraje de llevar a cabo la gran travesía independentista y de formación de una América unida.
Leyendo las cartas entre Manuelita y Bolívar se puede comprobar un amor inmenso y siempre paralelo a los sueños compartidos por lograr una patria grande. Sáenz fue una mujer solidaria e incondicional tanto a Bolívar como a sus ideales, que se enfrentó a los círculos prejuiciosos que, sin comprender lo trascendente del mundo y de su momento, la quisieron ver ligera y la juzgaron tal como la moral conservadora y religiosa juzga aún hoy en día. Manuela Sáenz fue un espíritu libre que no comprendía de ataduras.
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