Chiapas, paraíso natural y cultural de México (I)


LeoIba a a Chiapas. La madrugada estaba a punto de despuntar como tantas veces lo ha hecho desde los inconmensurables tiempos de la creación según la cosmovisión maya. Era ya de adivinarse uno que otro destello sonriendo tímidamente en el cielo. Entonces decidí emprender mi camino hacia el punto fronterizo, sintiéndome protegido ya en medio de la claridad por cualquier intención de rapiña que suele prevalecer en todas las fronteras aisladas como esta.

Desde que había bajado del bus había encontrado ya a dos hombres y una mujer joven que me habían preguntado cómo pensaba pasar hacia el otro lado. Cuando les dije que tenía visa estadounidense y que iría a la frontera como cualquier otro visitante se quedaron callados. Pude comprender entonces que su intención era pasarse de ilegales. Todavía alcancé a oír cuando estaban negociando con un tuc-tuc que, por un precio, los llevaría directamente al otro lado, evadiendo cualquier punto de registro.

Meditaba en eso cuando ante mis ojos se mostró a la lejanía a un pueblo todavía adormecido entre la bruma que poco a poco se hacía más alta. Era el pueblo de La Mesilla, a donde me dirigía para chequear mis documentos. Salir de Guatemala fue fácil. Entrar a México, muy difícil. Luego de esperar casi tres horas a que abrieran una oficina de salud —donde solo me tomaron la temperatura y me escribieron un papel a la carrera asegurando que mi estado de salud era óptimo—, me dirigí a tomar un taxi que me llevaría al punto fronterizo en Ciudad Cuauhtémoc, la localidad en donde tenía que chequear mis papeles para ingresar al país vecino y de donde me regresaron a La Mesilla por un estado de cuenta bancario que asegurara mi estadía durante los ocho días en aquel país. “Nuevas medidas ante la situación de emergencia”, me dijeron. Un absurdo, pensé, porque el COVID-19 le puede dar a cualquiera teniendo o no solvencia económica.

Entre trámites, idas y venidas se había pasado ya mediodía y llegué a la ciudad de Comitán de Domínguez, el primero de mis destinos, pasado ya el mediodía. Comitán de Domínguez es una localidad pequeña atravesada por el Bulevar Belisario Domínguez de sur a norte y que constituye no solo la columna vertebral de la ciudad, sino que además se trata de un eje comercial muy activo. A la derecha de esta calzada se encuentra la joya verdadera de esta localidad, su centro histórico que en algún momento fue una importante ciudad en la Capitanía General de Guatemala y que luego de independizarse y anexarse a México quedó como un sueño lejano de lo que pudo ser un gran país.

En esta tierra proclamó la independencia de 1821 fray Matías de Córdova. Esta misma tradición política la siguió la célebre escritora Rosario Castellanos, cuyo nombre hoy ostenta la casa de la cultura que está en una esquina de la plaza central. Así, al parecer hay otras figuras importantes a nivel local oriundas de esta ciudad, que le ha valido tener fama de ciudad de artistas.

El centro histórico de Comitán es pequeño y un día es suficiente para conocer los edificios de mayor realce conservados en sus dinámicas calles trajinadas y llenas de vida. De los mayores placeres que se puede experimentar en ella es sentarse en uno de los tantos restaurantes o cafés que rodean el parque central y dedicarse a contemplar, hasta muy entrada la noche, el movimiento de los habitantes que mantienen al pueblo en constante agitación sin perder ese sabor provinciano que se respira entre otros olores de las comidas locales.

Mi elección para el día siguiente fue la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, capital del Estado. Seguramente esta no es la opción más codiciada por los turistas convencionales porque no deja de ser una ciudad grande que oscila entre la modernidad urbana y la plácida vida provincial. Sin embargo, para aquellos a quienes también les interesa conocer la personalidad de una ciudad a través del movimiento y la idiosincrasia de su gente, ningún lugar deja de ser de interés, y esta no es la excepción.

No quiero decir con esto que Tuxtla sea plana y monótona, sino más bien que el casco urbano es como el de cualquier otra ciudad. Su inmensa plaza casi ostenta una gigante bandera que ondea en su soledad sin tener un recodo de verdor que ofrezca el alivio de una sombra a los paseantes. Alrededor de ella, como en cualquier otra ciudad de estas latitudes, se yerguen las edificaciones administrativas y religiosas. La Catedral, un edificio monumental que destaca por sus muros encalados, está rodeada de un refrescante parque donde los locales pueden aminorar la modorra del clima cálido. Su principal atracción es un reloj que marca cada hora con un desfile de los apóstoles acompañados de campanas en una de sus torres.

Las arterias de la ciudad, al contrario de la plaza central, están llenas de vida. Las personas se desplazan entre las amplias calles comerciales repletas de tiendas populares. Una de ellas conduce al emblemático Parque de La Marimba, el verdadero centro neurálgico de la ciudad. Cientos de lugareños se reúnen en esa manzana para bailar al ritmo de la marimba, principalmente los fines de semana. Desafortunadamente, esta situación ha cambiado mucho después de la pandemia, pero no ha perdido su esencia popular. Otro lugar de interés de la ciudad es el barrio artístico de San Roque, al que se llega por una callejuela escondida tras un mercado popular. Su parque es un delicioso lugar de descanso en medio de la bulliciosa urbe.

Tuxtla además tiene otras atracciones que lamentablemente están cerradas por la situación de emergencia: su parque zoológico, su jardín botánico y las hermosas vistas desde los acantilados del Cañón del Sumidero. Igual de impresionante es la vista majestuosa de la urbe desde el Cerro de Copoya al sur de la ciudad, que se destaca por el enorme Cristo que resguarda la enorme ciudad que se extiende a sus pies. Algunos dicen que este Cristo es mucho mayor que el de Corcovado, ciertamente no lo sé. Lo que sí es verdad es que el gigantesco coloso, con una iglesia en su interior, hace que las personas parezcan hormigas. Además de la ciudad, desde esta cumbre pueden apreciarse las fantasmales montañas perdidas entre la borrasca de la tarde donde están los miradores del cañón.

Además de los miradores, para navegar por las aguas del cañón se necesita ir a la pintoresca localidad de Chiapa de Corzo, con su enorme quiosco que se ha convertido en tarjeta postal del lugar, famoso también por su Fiesta Grande de Chiapa, que se origina desde la época prehispánica y que hoy es la mayor expresión del sincretismo cultural de la ciudad. Desde esta pequeña ciudad se abordan las lanchas que hacen el recorrido por el cañón.

El Sumidero es un impresionante cañón que se forma en un largo trecho del famoso río Grijalva, que nace en las montañas de los Cuchumatanes y que en alguna parte de su trayecto une sus aguas al caudaloso río Usumacinta. Pero más allá del maravilloso escenario geográfico que ofrece, sobresale por su importancia histórica, pues fue un punto de encuentro entre las huestes españolas de Cortes camino a Tenochtitlan con los pueblos mayas de la región. Conocida es la anécdota de los indios que prefirieron tirarse por los filosos acantilados antes que someterse a los españoles.

Esta maravilla natural bordea el norte de la capital chiapaneca. Navegar entre sus aguas crea una impresión imborrable entre sus visitantes que, al ir avanzando entre sus estrechas y gigantescas paredes naturales, pareciera que entran a un mundo perdido de la era cretácica. En cada giro de su serpenteante trayecto pareciera que las montañas fueran a convertirse en enormes monstruos mitológicos como el Caribdis y Escila de Mesoamérica, dispuestos a devorar todo lo que encuentren a su paso. Por fortuna, esto no deja de ser más que una ilusión óptica que hacen del paseo una maravilla.

Rica y variada es la flora y fauna de la región. Los calcáreos paredones están forrados de musgos y bromelias silvestres en sus partes más bajas mientras que en las más altas se erigen encinos y pinos inaccesibles habitados por pumas, monos arañas y una gran variedad de aves, entre las que destacan los halcones, las águilas de rapiña y los pelícanos. Sus profundas aguas albergan voraces cocodrilos cuya mirada mortífera y siempre atenta amenaza con un sorpresivo mordisco a cualquier descuido que tenga alguna de las especies vivientes que habitan el lugar. También en su recorrido pueden apreciarse esbeltas garzas de elegante postura mientras se alimentan de peces.

A lo largo del recorrido se conocen hermosos lugares como el Árbol de Navidad, una caída cascada que alimenta el río y que es más notoria en la época de lluvias, aunque durante la época seca siempre mantiene una concomitante llovizna, imperceptible a la distancia. La cueva de colores —llamada así por el efecto óptico y cinético que se refleja en sus paredes— es un santuario de romería al que asisten muchos creyentes para adorar a la virgen de Guadalupe. Muy conocido es también la estalactita Caballo de Mar, llamada así por su caprichosa forma de hipocampo.

A mitad de camino el cañón parece estrecharse más y desde las embarcaciones puede apreciarse la imagen que forma parte del escudo chiapaneco. Un poco más adelante se pasa por una región repleta de basura flotante y que es motivo de vergüenza para los fuereños. Sin embargo, en la ciudad de Tuxtla se viene desarrollando una campaña para reciclaje apreciada en sus calles, donde es posible encontrar grandes contenedores de plástico que será procesado y reutilizado antes de que estos desechos terminen en las aguas del río.

Al final del recorrido es posible observar la hidroeléctrica de Chicoasén, que provee de energía a gran parte del sureste mexicano e, incluso, a muchos lugares de Centroamérica.

El camino de regreso es encantador. Los contornos de la montaña se funden maravillosamente con el azul del cielo y ofrecen una mirada majestuosa de la selva tropical bajo la cual borbollan diferentes formas de vida. La magia del lugar termina cuando se atraviesa por debajo del puente donde pasa la carretera que comunica a Tuxtla con San Cristóbal de Las Casas. Un último impulso obliga a girar la cabeza para darle el último adiós al lugar.

¿Quién es Leo De Soulas?

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