Desventura: una novela de tragedias, crimen y traiciones


Karly Gaitán Morales_ perfil Casi literalEl 23 de junio de 2023 se cumplieron 45 años del crimen real que inspiró la novela negra Desventura, que recientemente he publicado en Estados Unidos, en su primera edición en español, con un texto de espaldarazo amistoso de la escritora española Rosa Montero y que he utilizado en la contraportada. Así que esa fecha fue elegida para su lanzamiento mundial.

Como podrán encontrar los lectores entre sus páginas, Desventura está basada en un episodio ocurrido la noche del 23 de junio de 1978. Esta historia la conocí en 1988 en la edad de mi infancia, pero no fue sino hasta 1998 cuando se cumplieron los primeros veinte años del aniversario de ese horrible hecho que inicié a investigar.

El crimen ─calificado de diabólico, cometido por desequilibrados mentales, o aberrados brujos, o quizás enajenados hippies─ apareció por más de un mes en las portadas de los diarios más importantes de Nicaragua por aquel entonces (La Prensa y Novedades). Movió a marchas populares de religiosos católicos y evangélicos, artistas de los bailes tradicionales de la ciudad de Masaya y una marcha de enfermeras y médicos, exigiendo al presidente de entonces, Anastasio Somoza Debayle y a su Gobierno, y específicamente a su oficina de Central de Homicidios y a la Guardia Nacional, poner mano dura y buscar a los criminales.

Quienes pedían un esclarecimiento del crimen y mejores técnicas de investigación habían sido los implicados en psicología inversa de parte de las autoridades, pues la víctima era una enfermera. Y si el diario La Prensa (opositor al somocismo) inclinaba sus pesquisas hacia guardias, cadetes y soldados; Novedades (el diario de la familia Somoza) señalaba que el crimen había sido efectuado por los indígenas del barrio de Monimbó (que hacía no mucho había mostrado fiera resistencia contra los embates del somocismo y la Guardia Nacional), por lo que el hecho (un feminicidio dantesco y lleno de horror hasta en el último detalle) alcanzó términos políticos nacionales y hasta internacionales.

El hecho que narra Desventura, como se ha de suponer, no fue un crimen común con un móvil muy fácil de descifrar —tuvo en vilo y hundidos en diversos misterios a los detectives, peritos, mayores y coroneles de los comandos de las ciudades de Masaya y Managua; y también a los forenses y los medios de comunicación de televisión, prensa y radio— dado que además la tragedia fue transferida a la política y se extendió a los periódicos de Centroamérica, a las oficinas del FBI en Estados Unidos y a la embajada de Estados Unidos en Managua. No se hicieron esperar los comunicados oficiales de la OEA; del presidente de Costa Rica, Rodrigo Carazo Odio; y del encargado de negocios de la embajada estadounidense, que mandó a publicar la nota oficial donde el FBI ofrecía su ayuda en técnicas y ciencia para reforzar la investigación, dado que los días pasaban y los encargados no encontraban resultados. También las policías y oficinas forenses de los países centroamericanos ofrecieron su ayuda técnica.

En medio de la insurrección popular y del estado en que se encontraba Nicaragua, el crimen y la presión social llevó al propio presidente de la República a escribir a mano con su pluma estilográfica una nota de duelo para los familiares de la víctima, mandar una corona fúnebre, hacer declaraciones ante la televisión y enviar a sus más cercanos coroneles a hacerse presentes en el velorio. A esto se sumaba la persecución que hicieron los medios extranjeros a las autoridades nicaragüenses para pedir declaraciones y su asistencia a todos los eventos: el hallazgo del cuerpo en un callejón rural en el km 25 de la carretera a Masaya, el traslado del cadáver a la morgue del hospital San Antonio de Masaya, la llevada del cuerpo a su casa para la vela en el barrio Meneses de aquella Managua ─hoy llamado barrio Venezuela en el sector oriental de la ciudad─. También las cámaras estuvieron presentes en el mediático y multitudinario entierro y los siguientes días durante las investigaciones e interrogatorios a los sospechosos, que llamaban a cierto «público» de curiosos que se amontonaban en las afueras de las judiciales.

Sin duda este fue un caso de grandes dimensiones que merecía ser llevado a una novela. Siempre lo supe desde que escuché por primera vez la historia a finales de la década 1990. Una novela, una película, o una ópera: cualquier obra de arte que pudiera rescatar del olvido de la Historia y de la atención que acaparó entonces la insurrección popular para derrocar a Somoza, y que llevó a la insignificancia tantos hechos de la vida cotidiana de un país y de sus ciudadanos, como ocurrió con este caso en particular. Porque este horrible asesinato desapareció de los medios y de la vista pública en agosto de 1978, cuando las noticias más importantes eran las de la famosa toma del Palacio Nacional.

Durante cuatro meses de 1998 realicé mi primera investigación en las bibliotecas nacionales e hice entrevistas a los familiares de la víctima, lo que dio como resultado un primer sobrio levantamiento documental de 150 páginas que contenía solo la relación de los hechos sin una sola línea fuera de lugar. Varios años después, en 2014 y luego de salir de varios compromisos de investigación sobre la historia del cine en Nicaragua, retomé las investigaciones para entrevistar a la familia. Visité su tumba, accedí a los documentos del juicio, del hospital donde trabajaba la enfermera protagonista y del hospital de Masaya donde fue examinado el cuerpo; consulté con abogados penales, psiquiatras que interrogan a criminales y visité las casas donde la víctima vivió con su familia. Todo esto fue dándole forma a Desventura.

Pero, sobre todo, ir a los terrenos vacíos donde fue la antigua Managua para reconstruir la historia de una mujer cuya existencia había quedado reducida al hecho más importante de su vida: su muerte; suceso que además la hizo famosa y que sus vecinos y un país entero vieran sus fotos en los diarios, cuando ella más bien, desde muy joven, aspiraba a muchas de esas cosas, como ser modelo de diseñadores europeos, enfermera humanitaria destacada o la musa de la sinfonía de un gran músico y compositor.

Desventura no es una biografía, por lo que en un punto entré en la disyuntiva si se trataba de una novela basada en un hecho de la vida real, en una historia de la vida real, o en la biografía de una mujer. El mundo de la escritura me llevó del levantamiento documental de 1998-1999 a una obra completamente de ficción y a tomar solo un episodio entre todos esos acontecimientos.

Finalmente, sirva esta novela a la que he llamado Desventura para reivindicar esa vida frustrada de mi protagonista y para criticar a un Estado de fines de la década de 1970, entonces incapaz de tratar con criminales demasiado inteligentes y de destrezas imaginarias mayores, además de poco atento a los derechos de los ciudadanos comunes.

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