Como pétalos marchitos y dispersos por un rincón, de la literatura costarricense escrita por mujeres ―pese a ser conocida en ámbitos internacionales― se habla mucho pero se conoce poco. Quizá los nombres más relevantes son los de Yolanda Oreamuno y Eunice Odio; de las demás, en cambio, apenas se menciona a las políticamente incorrectas: las que iban contra todo, las que fueron encarceladas y/o perseguidas por usar armas al cinto, las comunistas que eran despedidas honrosamente de sus trabajos por no saber quedarse calladas, las que tenían maridos y familias que no las entendían, las que a fuerza de luchas y sacrificios consolidaron una sociedad que se pierde en el tiempo sin reconocer que por ellas Costa Rica tuvo grandes conquistas en materia cultural y social.
Nuestra primera mujer de la revolución se llamó Luisa González Gutiérrez, la primogénita de Ismael González y Rosalina Gutiérrez, campesinos sin tierra con los que rodó de La Puebla, en San José ―actualmente en las vecindades de la escuela Porfirio Brenes― a Puntarenas, y luego, de vuelta a Heredia, donde nació el 25 de abril de 1904. Acaso sea por esa vida de necesidades familiares y constantes migraciones que desde muy joven Luisa se convirtió en una «sombrero blanco», nombre que se les daba a las mujeres en la lucha por sus derechos y que rápidamente fueron tildadas de comunistas. En 1918, becada por un grupo de finqueros cafetaleros, ingresó en la Escuela Normal de Costa Rica para que no pudiera «meterle ideas locas» a las mujeres trabajadoras con quienes ella tenía contacto. Allí se graduó en 1922. Siempre luchó por las personas en extrema pobreza y por los niños desvalidos, pero, principalmente, por mejorar las condiciones familiares de la mujer costarricense. Su obra A ras del suelo ―Premio Nacional de Novela en 1971 y cuya adaptación teatral obtuvo el Premio Nacional de Teatro en 1975― es la prueba más fiel de que el poder de una mujer es más fuerte que las hogazas del mar.
La mayoría relaciona a Luisa González con Carmen Lyra, otra sombrero blanco que junto a Margarita Castro revolucionó las bases de la educación costarricense al fundar la escuela maternal Montessori, el primer centro de educación preescolar con orientación científica de Costa Rica, y que se inauguró en San José el 1 de marzo de 1926 con cien niños inscritos de distintos estratos sociales. Lyra también tuvo militancia política como miembro del comité de apoyo a César Augusto Sandino en Nicaragua y estuvo en contra de la dictadura franquista española. Fue ella quien introdujo a Lilia Ramos en este movimiento y no al revés ―como se dijo siempre―. Su lucha fue tan importante que organizó a grupos de mujeres casadas ―pero no pendejas― en mítines sociales con el fin de recaudar el dinero necesario para llevar a cabo el proceso de electrificación del que Costa Rica fue pionera continental y que benefició a personas de todos los niveles sociales.
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