«Y esto lo escribiré para mi propio placer,
Pero esa frase me inhibe: porque si uno escribe sólo para su propio placer, no sé qué sucede. Supongo que la convención de la escritura
queda destruida».
Virginia Woolf
¿De qué nos sirven los intelectuales que solo aman los libros? ¿Para qué sirve esa gente brillante? ¿Para escribir, editar, armar libros que pocos leerán y aún menos recordarán? ¿Para no sentirse superficiales? ¿Para decir que ya han plantado un árbol, tenido hijos y que solo les faltaba el libro?
En los círculos de escritores y en algunos chats de Facebook surgen discrepancias alrededor de la crítica literaria. Hay posturas que la detestan y la desdeñan y otras afirman que falta hacer crítica. De esos extremos se originan otro tipo de malestares, como quién es capaz de hacer crítica y para qué hacerla.
Hay quienes apuntan a la sensatez comprendiendo que «hacer crítica y publicar libros son dos cosas completamente distintas», y hay otros que se perjudican a sí mismos y a la literatura al pregonar que solo puede criticar aquel que haya publicado un libro (físico, en papel) y alcanzado cierto éxito con él.
El poeta Carlos Gerardo González mencionaba en uno de esos debates virtuales acerca del tema: «La palabra crítica y la palabra criterio guardan una relación semántica. Si bien es necesaria, al igual que la literatura, nunca es definitiva. Cada una se ejerce de un subjetivo diferente que a la vez es producto de una pertenencia política diferente y de un conjunto diferente de relaciones».
González le apuntaba más a lo que Gilles Deleuze explica en su libro Crítica y clínica: «La literatura se decanta más bien hacia lo informe o lo inacabado, como dijo e hizo Gombrowicz». Es decir, que se sigue pensando erróneamente que si existe una crítica, esta se convertirá en letra escrita en piedra y lapidará a todo autor que se acerque a ella. Inmadureces que solo podría creerse Harold Bloom, sobre todo cuando trata de explicar sandeces sobre Virginia Woolf aunque diga que la quiere.
El escritor y periodista Gabriel Woltke lanza de tiempo en tiempo preguntas con hashtags del tipo «De los «consagrados», qué poetas creen que en realidad son malos? #QueremosVerElMundoAder», pero esta discusión se quedó en presentación de gustos personales, como subjetiva era la pregunta inicial.
En otra ocasión, Woltke posteó: «Antes el problema era la falta de editoriales. Ahora es la falta de criterio editorial». Ahí sí se entablaron comentarios que trataban de profundizar en editoriales y autores puntuales. Con ello se abría espacio para nombrar, pronunciar, animarse al fin a decir lo que siempre hemos pensado y hablado por «debajo de la mesa»: amiguismos, falta de criterios y de recursos, egos y atención a la crítica, si esta existiera; de los catálogos de las nuevas editoriales y de las que llevan ya algunos años.
Wolkte contestaba a uno de los comentarios: «Con lo de las varas y los amigos, creo que la web puede ayudar. Hay un gran problema en todo esto: la falta de espacios para la crítica que sirvan para retroalimentar a las editoriales o para impulsar nueva gente».
El escritor, académico y periodista Mario Roberto Morales afirma[1]: «Necesitamos un basamento teórico sobre el que sea posible realizar una evaluación crítica y una periodización didáctica responsables de nuestra producción cultural, entre la que se cuenta nuestra producción literaria».
Considero que en ello deberían estar inmersos los estudiantes y egresados humanistas, porque tengo fe en que pueden hacer ese tipo de estudios, análisis y crítica en lugar de acostumbrarse a estar corrigiendo las planas idiomáticas de muchos medios publicitarios y de comunicación. Cinco años de lecturas podrían darnos más que correctores de estilo, que no digo que no sean necesarios y urgentes en nuestras circunstancias de país con deficiencia lectora, pero este oficio no debería absorber e impedir el otro.
¿Sería entonces que la crítica mediría los balances? Puede que no si solo se polariza en bueno/malo o se arguyen simplificaciones o generalidades en lugar de argumentos sólidos. Habrá que tener cuidado con eso de los pseudoargumentos siempre tan a la mano para zanjar los temas «delicados» que podrían terminar en golpes o bloqueos en redes sociales.
Deberíamos, en general, ser exigentes y pedir, por ejemplo, que se deje de pensar en el disenso como guillotina y en el crítico como escritor frustrado. Que predominen posturas claras más que arranques de egos que no superan la adolescencia. Que se rechacen trabajos porque les falta trabajo de cantera y cincel, con explicaciones simples y contundentes. ¿No es trabajo de un editor señalar las deficiencias o arreglarlas? Podría ser más maduro decirle a la cara a un autor: «A tu trabajo lo que le falta esto o le sobra aquello», en lugar de darle paso a un silencio políticamente correcto.
Por otro lado, ¿en serio nos preguntamos aún si los sinónimos son necesarios? ¿En serio, la repetición incesante es parte del estilo? ¿En serio, un poeta y un escritor pueden alegar un deficiente vocabulario, una falta de oído para su propio ritmo? ¿En serio creen estar sobre las reglas cuando las desconocen? ¿En serio nos creemos las odas en todas las reseñas? ¿En serio seguimos preguntando cómo una mujer puede hablar desde un personaje masculino? ¿En serio perdonamos todos los errores por el heroísmo que significa publicar libros en Guatemala?
González admitía en un comentario: «He visto editores que en muchos ámbitos no pueden siquiera conjugar correctamente todos los verbos de una oración y verlos asumiendo un papel tan importante da un poco de miedo. Y verlos publicando a sus amigos o amigas, creo que da más miedo aún. Y verlos publicándose a sí mismos, ni hablar. Si la dinámica ha sido esa a través de la historia, no quiere decir que esté bien». Woltke lo exponía más claro: «Luego, pues es algo necesario, lo de la crítica para tener una escena cultural más que masturbatoria».
En 2013, Morales decía: «(…) ésta es la hora en que todavía no existe una crítica responsable que fije y caracterice con ecuanimidad historicista la producción literaria de los años setenta». Esperemos que la crítica encuentre un nicho entre los diálogos culturales, porque como lo dice Deleuze: «Escribir no es contar los recuerdos, los viajes, los amores y los lutos, los sueños y las fantasías propios».
[1] Flacso. (2013) Guatemala: Historia Reciente. Tomo V: Cultura y literatura en Guatemala (1955-2010)
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¿Quién es Diana Vásquez Reyna?
Pienso que la crítica literaria debería acercarse y responder más, mucho más, a las necesidades de los diversos «para qué» enraizados a las obras literarias. Los escritores que critican una obra de esta manera no son, en realidad, lo que se denomina críticos por lo general, aunque en realidad sean los únicos y verdaderos críticos que hay.
La crítica literaria es un subgénero del género ensayístico. Son los ensayistas quienes la realizan. No es un conjunto de comentarios, opiniones, descalabros y seudo descubrimientos de personas que han leído pocos o muchos libros y se sienten brillantes y muy entusiasmados por esto. La crítica literaria también es un arte creativo. Olvidarlo ha producido siempre muchos vicios.
Primero, gracias por continuar con el debate.
Lastimosamente la imagen que se tiene del crítico es la de aquel gran académico o escritorazo que con tres líneas puede levantar o sepultar tu carrera. A ese tipo de crítica hay que rehuirle o no dejarle tomar poder y con la posibilidad de equivocarme sí creo que en Guatemala no hay nadie con tal influencia. Algunos creen tenerla pero nada.
Luego, al menos la crítica que yo espero, no es la de algún erudito que domina todas las reglas del idioma y tiene una amplio conocimiento de literatura universal. No creo en los géneros literarios, no creo en que se tengan que cumplir ciertos requisitos para poder emitir una opinión. Creo y amo esa crítica que nace de un lector entusiasta, que alaba al libro que le arrebató de este mundo y que igual despotrica contra el que le hizo perder su tiempo. Quiero, digamos, lectores ansiosos más que críticos de biblioteca.
El problema de fondo es que Guatemala no habla, cuchuchea. Producto de un cúmulo de traumas históricos el guatemalteco tiene miedo de hablar «para no meterse en problemas». Vive paranoico creyendo que hay alguien conspirando contra él. Por eso se mide en su crítica o prefiere salir del momento con un «está bueno, muy bueno» y guardarse sus opiniones muy adentro.
Saludos.
Gracias por leer y comentar. Estoy de acuerdo en que en Guatemala vamos a paso lento superando nuestros traumas. Personalmente también prefiero la crítica/impresión de los lectores, a los que el escritor se debe (queda para otro tema el escritor que no lo piensa así). Pero no está de más una crítica más profunda, que se enfoque en hacer crecer el ejercicio de la escritura, como cualquier otro oficio. Todos amamos una buena entrevista documentada y bien planteada, que no se quede en el monólogo de quien publica un libro. También se aprecia un ensayo que se meta en la médula de las palabras. Porque estoy un poco harta de se sigan haciendo preguntas superficiales para decir que se hace «periodismo cultural», que tampoco cuestiona nada.
Pienso que los procesos de crecimiento y evolución en cualquier ámbito parten de los cuestionamientos y de la duda.
Saludos.
Buenos días, en lo personal, creo que los escritores que se preocupan de antemano por «rehuir» o combatir la crítica, o a las críticos, y se enfrascan en cruzadas para «no dejarles tomar poder», como señala Gabriel Woltke, están en una tarea ociosa. No es mi intención herir u ofender, solamente pienso que los escritores verdaderos escriben, nada más, desde el fondo de su corazón, sin pensar en cómo publicarán o comercializarán su obra. Eso, tal vez, y dependiendo de su necesidad, de sus circunstancias o de sus deseos, vendrá después. Tal vez lo logren o no. Pero gastarse, primero, para establecer un escenario crítico favorable, no es oficio literario, aunque posteriormente, creado o supuestamente creado tal escenario, se haga la pantomima del escritor.
Refiriéndome siempre a las palabras de Gabriel Woltke, él habla de «la crítica que yo espero» como si escribir se tratara de hacer negocios, como si los «escritores» debieran reunirse, o más o menos sindicalizarse, contra los «críticos» para exigir ciertas condiciones: «no hablen de géneros, no se ocupen de reglas ortográficas, no comparen con las grandes obras universales; hagan esto y sólo así permitiremos que critiquen». A mí eso me parece un ejercicio de censura a la inversa de lo que se ha visto hasta ahora: el escritor censurando a quien intenta realizar crítica. ¿No estará la inquisición preparando su próxima trampa? ¿No será por eso que la literatura contemporánea es casi siempre mediocre? ¿En qué momento establecer criterios artísticos de valoración crítica se condenó de tal manera que ahora son los supuestos escritores quienes quieren imponer sus condiciones?
Estoy más de acuerdo con L. R., quienquiera que sea, pues la crítica también es arte. Con todo respeto, y dejando de lado si uno está siempre o solamente en ocasiones de acuerdo con sus criterios, leer a Harold Bloom es mucho más cautivador que leer a cualquier poeta guatemalteco actual de esos que se creen poetas solo porque ya no utilizan tildes, mayúsculas, papel o tinta, sino que escriben con orines en las paredes de la Sexta Avenida. Yo no estoy siempre de acuerdo con Bloom, es sólo un ejemplo, en realidad me parece algo rimbombante; la cuestión es que no creo que los escritores escriban para que uno sea su borrego. Sin embargo, Bloom es un gran escritor y mis coterráneos, al menos entre quienes he leído, muy pocos.
Decir si un libro me gusta o no me gusta, con todo respeto, no es crítica literaria. Todos tenemos derecho a decir esto me gusta y esto no, pero no por eso estamos haciendo crítica literaria. No se trata de poner una opinión superficial tras otra y decir: «soy crítico». Se trata de, partiendo de una obra de arte, crear otra, que ilumine aspectos de la primera que podrían pasar desapercibidos. Por ejemplo, los ensayos de Borges, que hablan de escritores raros (no siempre reales) que costaría conocer a fondo si no fuese a través de él; o los de Monterroso, que renuevan la mirada sobre algunos clásicos.
Y en cuanto al temor de que maravillosas obras se pierdan debido a la malicia o la ignorancia de algún crítico vil (decir crítico de biblioteca no puedo verlo más que como un hermoso elogio), pues bien, por supuesto que puede ocurrir, y seguramente ha ocurrido, porque la vida es horrible y es injusta. Los editores y quienes tienen en su poder publicar libros pueden ser irresponsables y corruptos, en su mayoría es seguro que lo son. Pero los escritores no escriben por eso. Escriben porque tienen la necesidad de escribir. Qué ocurra con eso después no está en sus manos. Sería hermoso que todo lo noble y profundo se publicara, y todo lo superficial y estúpido se quemase, pero eso no es así, y hay muchas mayores y horrorosas injusticias en la vida de las que los escritores deben ocuparse primero, antes que de querer sofisticar un juego tan sencillo como el de escribir.
La rebelión ante un mundo editorial irresponsable y mercantil es no publicar hasta encontrar una oportunidad donde la literatura no tenga que estar separada de la honestidad. Puede aprovecharse la tecnología: esta revista u otras, por ejemplo, aunque por ese lado se corre el riesgo de reducir demasiado los criterios para considerar legible un texto. Aquí en esta revista, por ejemplo, hay artículos tan malos que no los habría publicado ni siquiera la prensa esclava de este país. Ese es el resultado de que las personas nunca buscan el punto medio, nunca tienen paciencia: si no los publica una editorial, atacan el negocio editorial porque tiene muchas reglas; destruyen las reglas, utilizan Internet y publican lo que se les da la gana. En algunos casos, como dije, y aun puede que ocurra así la mayoría de veces, puede que haya sido una injusticia y, por lo tanto, una buena opción publicarse por sí mismos. Pero en otros uno se pregunta: ¿no será que no lo publicaron porque escribe muy mal?
Buen día.