Miriam Legarreta y un retrato de Cortázar


Leonel González De León_ Perfil Casi literalLa llegada a la biblioteca es, en teoría, el momento de escoger algo para hojear allí o para llevarlo a casa. Sin embargo, con ella era el momento de beber unos mates, contarnos cómo iba la vida, reír de la política de aquí o de allá o compartir las lecturas que hubiéramos descubierto.

Con los meses empezó a ausentarse, pero aunque no nos viéramos, nos escribíamos con frecuencia para no perder la sintonía. Luego empezó a viajar, a veces por paseo, pero casi siempre para hacerse chequeos de salud.

*

Volví al país después de una temporada fuera y cuando al fin tuve tiempo de leer algunos correos encontré un mensaje donde su pareja me pedía que lo contactara. Respondí el mensaje y coordinamos para vernos en su casa. Después de darle un abrazo y de compartirle mi pesar por la muerte de Miriam, él me sorprendió con un paquete de papeles que alguna vez yo le había prestado a ella y que, tras varios años, había olvidado por completo. La curiosidad me ganó y abrí el paquete en el acto. Había libros de viajes, guías de turismo, memorias de bibliotecarios y, coincidencia aparte con su debilidad por el tabaco, un ejemplar de Solo para fumadores, de Julio Ramón Ribeyro, que ya no tuvimos tiempo para comentar.  Había también, además de estos libros manoseados y releídos por ambos —y por muchas otras manos, pues ella era, igual que yo, amante de los libros usados—, uno nuevo. Era el tercer tomo de Los diarios de Emilio Renzi, la última publicación de Ricardo Piglia y cuya obra siempre fue un vector común en nuestras conversaciones. De hecho, quedó en el tintero un homenaje póstumo a Piglia.

Lo más sorprendente de la entrega no fue el tiempo que había pasado ni que allí hubiera ejemplares de dos autores entrañables para ambos; lo más hermoso es que, aun enferma y consciente de que esta vez la enfermedad ganaría la batalla, ella tuvo en mente hacerme llegar esos volúmenes y con eso selló un pacto imperecedero.

*

Su butaca permanece intacta en la biblioteca, junto a un cromo de la célebre foto que Sara Facio le hizo en París a Julio Cortázar, su compatriota favorito. En esta, arriba del traje y de la corbata, el rostro del Cronopio se divide en dos mitades: la superior es todo cabello, cejas (muchas cejas, sin que pueda delimitarse el espacio limpio que debería ubicarse entre ambas) y está coronada por la mirada de Julio, que escruta a los Famas para no dejarse robar ni un poquito de vida. La mitad de abajo es opuesta: la piel lampiña, la boca ancha y apretada que confluye en el cigarro ─el «pucho», dirían ellos─; el cigarro que es aliado para millones de personas, pero sobre todo en el sur del continente donde, sin conocer estadísticas, me aventuro a decir que es la región del mundo donde más se fuma.

*

«Conservo solo quinientos libros, la biblioteca ideal ─dice Piglia en la penúltima página de su diario─. Con esa cantidad se puede trabajar». Miriam Legarreta, igual que Piglia y que todos los lectores que han tenido que quemar naves y reinventarse lejos del lugar de origen, conservaba en casa unos pocos volúmenes que alguna vez acariciamos y evocaron mil anécdotas. Hoy ella no está, pero la foto de Cortázar, el ejemplar de Piglia y, sobre todo, su tesón para no dejarse vencer y nunca cejar en lo que se había propuesto ─ya fuera en el trabajo, en la familia o en su batalla contra la enfermedad y contra la desidia de las instituciones de salud en el país─ hacen sentirla muy cerca, siempre sonriendo en la Biblioteca de la Cooperación Española de la Antigua Guatemala. Mucho tiempo después de su desaparición física ─pero solo física─ ella seguirá presente.

[Foto de portada: Rous Leiva]

¿Quién es Leonel González De León?

¿Cuánto te gustó este artículo?

Califícalo.

5 / 5. 1


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

desplazarse a la parte superior