Soy de la opinión de Oliverio Girondo, un hombre que estaba profundamente en contra de los prólogos, entre algunas otras cosas como los ombligos y el nacionalismo. Cuando leo un libro, lo último que leo es el prólogo (si llego a hacerlo, si el libro llega a tener ese apéndice prologal). Los que leemos por placer, desdeñamos los prólogos como se desdeñan las verduras en un plato de almuerzo (si no es uno vegetariano, o vegano, como mi amigo Eynard), aunque al final acudamos a ellos buscando algo más de la lectura, o bien, indagando sobre cómo alguien más vivió ese libro, esperando a un tercer participante en el diálogo.
Por otro lado, hay prólogos que dejan de ser prólogos y que adquieren un soporte por sí mismo, algo que los mantiene en pie. Por ejemplo, los prólogos de Borges, que llegó a jugarle una broma a esa estructura apendicítica de los prólogos y publicó, en algún momento, un libro hecho con puros prólogos que tituló Prólogos con un prólogo de prólogos. Otro prólogo memorable es el que escribió Jean Paul Sartre sobre las obras completas de Genet. Ahora este prólogo se publica como una obra independiente titulada como Sartre tituló aquel prólogo ambicioso: San Genet: comediante y mártir. Y cuenta la leyenda, una leyenda que no hay que poner en duda, que el prólogo de Sartre superaba en extensión a las obras de Genet por sí mismas.
Pero volvamos a hablar de Girondo, y es que la afirmación en la que se posicionó como un guerrero contra los prólogos, en una guerra sin cuartel que él mismo había creado, está escrita, ni más ni menos, que en el prólogo de su primer libro. Cuando publicó los Veinte poemas para ser leídos en un tranvía en 1922, prologó el libro con una carta a su amigo Evar Méndez, diciéndole que un libro (y más uno de poesía) se debe explicar por sí mismo sin prólogos que lo justifiquen o lo defiendan. Adjuntó, luego de esta carta, otra dirigida al colectivo La Púa, escrita en la época en que había trabajado los Veinte poemas en la que daba cuenta de cómo había desarrollado su quehacer poético.
Sin embargo, aunque hayan sido un par de líneas ajenas a la carta, Girondo escribió un prólogo. Es un texto antes del libro que, de alguna manera, justifica, sino los poemas, al menos el hecho de que carezcan de prólogo. Se podría titular en lugar de Prólogo, a secas, algo así como A manera de prólogo, que es otra categoría que ha atacado a los más extraños, inadecuados, incoherentes o irreverentes prólogos de la historia de la literatura. Por otra parte, ha dado lugar también a grandiosos trabajos, muy adecuados como la antesala del texto cuya lectura desean compartir.
Todo esto lleva a un punto, lo prometo. Un punto muy conveniente en este momento para mí: toda esta discusión sobre los prólogos busca justificar el hecho de que me aproveche del espacio que me da esta revista para escribir algo así como el prólogo de mi primer libro, también de poemas, el cual podría titularse como aparece el título de esta columna: A manera de prólogo. El único problema es que una vez hecha la reflexión sin programa sobre el origen de los prólogos extraños, y hecha la reverencia pertinente a los prólogos de Borges, no se me ocurren demasiadas cosas por decir de mi libro de poemas. En la desesperación acudo a las circunstancias de su escritura también desesperada en el año 2011. Con excepción de algunos poemas que había escrito antes, la mayor parte del libro lo escribí en un período de dos meses, tal vez tres. Un período de tiempo brevísimo para alguien que pensaba en la literatura como un monumento y que creía en la rigurosidad de la corrección y en la riqueza de la lectura. Para alguien que pensaba que había que pasar años trabajando sobre el mismo texto antes de publicarlo.
Lo segundo que se me ocurre decir es que el libro pasó muchos años escondido, guardado, engavetado; incluso luego de una oferta de publicación. Y así permanecería de no ser por su relectura acompañada por un par de lecturas honestas y generosas. Entre ellas la de mi pareja, Ana; y la de Marco Valerio, director de Alambiqve. Se podría decir que es gracias a ellos, y solo en parte gracias a mí, que la publicación del libro está concretándose ahora. Mi agradecimiento será siempre infinito.
Por último me gustaría decir que estoy satisfecho con la editorial con que publico. Se trata de una editorial honesta y, como diría Roberto Bolaño, valiente. Una editorial que trata de seguir construyendo puentes de cultura aún en las circunstancias más hostiles. Es una editorial a la que le basta la fe, para creer y para obrar por lo que cree de una forma realmente heroica. Publico con Alambiqve profesándole, además, mi genuina admiración. Y eso es todo lo que puedo decir antes de que el libro hable por sí mismo y que solo por él mismo sea juzgado sin ningún prólogo que lo justifique o lo defienda, como decía Girondo.
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