Es hora de alborotar el avispero. Soy feminista, licenciada en Comunicación y Letras y firme opositora al concepto del lenguaje inclusivo antigramatical. Con mi conocimiento práctico sobre teoría de género, mis estudios en pragmatismo lingüístico y mi nerditud trataré de explicar por qué realmente no hace una diferencia hablarle a «todes», «todxs» o «tod@s», y dónde está el verdadero problema del sexismo.
Primero, una lección demasiado rápida y generalizada sobre lingüística. Me suscribo al concepto del origen del lenguaje basado en la evolución biológica. El medio verbal se adaptó para comunicar nuestras necesidades fisiológicas de integración, defensa y alimento, cada vez más complejas a medida que se estableció la civilización. Anteriormente, muchos estudios se suscribían a la idea de una gramática universal propuesta por Noam Chomsky, pero las observaciones más recientes se basan en la semántica distributiva. En muy pocas palabras: solíamos pensar que el lenguaje era un instinto con el que nacemos, pero en realidad se basa en nuestra observación e interacción con el entorno. (Este es el principio de las teorías de Sapir-Whorf sobre relativismo lingüístico y las de Berlin-Kay sobre los nombres de los colores).
Ahora saltemos a la idea contemporánea de un lenguaje inclusivo. El género gramatical varía en todos los idiomas, no solo entre masculino-femenino-neutro, sino entre el concepto de animado-inanimado. Casi todos los idiomas romances tienen la dicotomía masculino-femenino que ha clasificado sus sustantivos con cierta concordancia: el árbol, el aire, la tierra, la flor. En estos casos, se emplea el género masculino como predeterminado para los pronombres o el modo neutral. Ciertas teorías de género aducen que esta preferencia por lo masculino invisibiliza a las mujeres y perpetúa la dominancia para el hombre. Antes se empleaban redundancias como «los niños y las niñas» o «los ciudadanos y ciudadanas», pero a manera de conveniencia y radicalización, cada vez he visto a más personas compartir mensajes con términos aberrantes como «nosotres» o «juntxs». Por supuesto, el internet se ha encargado de caricaturizarlo, extrapolando los próximos usos de «cuerpo-cuerpa» o «persona-persono» y así se ha abortado una honesta conversación sobre lo que implica la igualdad de género.
No me considero una apologista de la RAE (jamás perdonaré la desaparecida tilde del adverbio solo) pero creo que el conocimiento y preservación de nuestro idioma es la clave para comprender nuestras interacciones. El gran fracaso de la clase de idioma español a nivel escolar es esa obsesiva fijación con las reglas ortográficas y gramaticales sin consideración por una comunicación clara, efectiva y creativa. Si legítimamente entendiésemos el español podríamos explorar otras opciones de inclusión como el empleo de la segunda persona o sustantivos abstractos y colectivos. La lógica detrás de «romper a la RAE» con arrobas o equis simplemente denota un desconocimiento de la economía de expresión y la función elemental del lenguaje como código comunicativo estandarizado y lógico. Si el objetivo es conectar a iguales y abrir diálogos, ¿por qué se emplea una postura disruptiva?
Desde niña sufrí por la doble moral y la exclusión que implicaba mi género, pero puedo asegurarles que ninguno de esos insultos, castigos y abusos se originó por falta de pronombres. Si el lenguaje evoluciona con nuestras interacciones en el entorno, ¿no sería más lógico iniciar la transformación donde corresponde? El sexismo, como la homofobia, sigue enseñándose en casa con prejuicios y reglas morales, y mientras no destruyamos esos paradigmas de nada nos sirve prenderles fuego a los libros de español. O bien, quemémoslos todos y empecemos a enseñar una comunicación eficaz para hablar sin vueltas y crear cambios que importen.
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Hola, Angélica, me intregó esta entrada tuya tanto que acabo de pasar toda la mañana investigando su tema. Nunca había estudiado la lingüística formalmente, pero me interesa mucho y trato de aprender facetas de ella siempre cuando algo relacionado me da curiosidad.
Creo que la cultura influye el idioma y no viceversa. En mis lecturas de esta mañana leí un artículo sobre la hipótesis whorfiana (determinismo lingüístico) que afirma la idea de que es el lenguaje que determina el pensamiento y de allí, la cultura. Los estudios hechos en apoyo parecen ser solamente sobre la percepción sensorial del ser humano, y no me convencen para nada. Creo que el desarrollo de la mente humana comenzó con el pensamiento, después llegó el lenguage oral y finalmente, la escritura. De esta manera, la persona adquirió sus piensamientos por medio de la cultura en que se encontraba. Lo correcto, lo incorrecto, las costumbres y, en general, cómo ser miembro responsable en su propia tribú o estado.
Yendo al grano, como tú, no creo que la igualdad de los géneros se puede lograr con cambios ortográficos o gramaticales al idioma. La escritura es proveniente de lenguaje oral, pero los cambios a la escritura propuestos con intención de hacer el lenguaje más inclusiva son difíciles o imposibles pronunciar, e.g. latin@s, y de allí se ausentan del habla.
Si una norma de alguna cultura es que el hombre es dueño de la mujer, yo estaría a la cabeza de la fila exigiendo su abolición, pero no gastaría minguna energia cambiando las reglas ortográficas y gramaticales del idioma. Creo que los cambios deben ser al pensamiento y de allí, a la cultura. Si tal cultura enfatiza la religión en sus prácticas, puede ser cuestión de siglos antes que se efectuen los cambios deseados.
Muchas gracias por esta entrada. Pienso reblogearla.
Richard