«No eres como otras mujeres»


Angélica Quiñonez_ Perfil Casi literal 2Cuando era adolescente la medida del éxito social consistía en cuántas personas te describirían como atractiva. Era una imposible mezcla de pelo precioso, uñas pulcras, piel impecable, medidas provocativas, opiniones inexistentes y una tendencia a la timidez. Yo no cumplía ninguno de estos requisitos y sería lindo decir que prefería ser yo misma y que eso me hacía especial, pero la verdad es que no encajar me causó varios problemas. En un acto de desobediencia civil limité mis amistades y me obsesioné con los libros y la música clásica. Compré ropa estrafalaria y sombra azul para restarle atención a mi acné. Y claro, me dediqué a sentirme superior a cualquier otra chica que no supiera la trama de Mujercitas porque prefería salir de fiesta.

Alguien me dijo que no deberíamos sentirnos mal por las lecciones que nos llegan en retrospectiva. Dijo que este tipo de realizaciones nos hacían crecer en adelante, pero no me previno cuánto me enfurecería al reflexionar sobre lo pasado. Se me inculcó que debía darme a desear y colocar mi imagen y honor por encima de mis sentimientos. Me dijeron que esos sentimientos deben suprimirse, pero que más vale que pueda amar loca e incondicionalmente cuando sea una madre. Incluso me prometieron que una fuerza divina me llevaría a la felicidad con una sola pareja porque la idea de conocer y experimentar con otras personas sería totalmente absurda. Como todo el mundo, aprendí a clasificar a las mujeres como madres, vírgenes, brujas y putas.

Crecí pensando que mi valor estaba determinado por lo que mis padres, mis compañeros de clase o mi misterioso futuro cónyuge pensaran de mí. Y sufrí muchísimo porque sin importar cuánto hiciera o dejara de hacer, nunca podía ser suficiente. Mi único refugio de individualidad estaba en una novela o un disco que a nadie más le gustara porque pensaba que, si nadie me entendía, probablemente no podían clasificarme. Llegué a odiar a muchas otras mujeres simplemente porque interpretaban una perfección que yo no podía reclamar. Amaba a cualquier persona que me dijera «No eres como las demás» y ahora tengo que recordarme todos los días que no existe esa maldita competencia para complacer a la sociedad, a un hombre o a un dios.

Ya están más que cansados los chistes sobre las mujeres superficiales adictas al maquillaje, a las compras y a la dieta para el bikini, pero luego pienso en todos esos chistes que la gente memifica sobre las chicas «únicas y diferentes» que presumen su amor por el cine independiente, los tatuajes o los libros. Criticamos a las jovencitas porque buscan encajar en el estereotipo que les imponemos pero también las atacamos cuando quieren demostrarnos su individualidad. Crecen —como yo— pensando que sus preferencias de entretenimiento son un saludable reemplazo para sus ideas y emociones, y bueno, solo digamos que esa es otra ruta directa a la terapia y los antidepresivos. No hay nada de malo ni especial en leer a Alejandra Pizarnik, jugar Nintendo o apreciar el exquisito melodrama de 13 Reasons Why.

Talvez deberíamos repensar por qué seguimos organizando a las mujeres de acuerdo con estereotipos. Deberíamos retirar la idea de que algo tan absurdo como nuestros gustos pueden determinar las grandes verdades sobre nuestra personalidad. Y sí, el adagio de «Sé tu mismo» suena trillado como todas las líneas de comedia romántica, pero creo que todas las mujeres somos afortunadas en el momento que asumimos esa misión.

Por eso no está entre mis planes conformarme a los deseos y expectativas de nadie. Curiosamente, en casi tres décadas nadie, nunca, ha intentado hacer eso por mí.

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