Solo en el silencio la palabra,
sólo en la oscuridad la luz,
sólo en la muerte la vida.
El mundo literario es un escenario dominado por hombres, no porque sean mejores escritores, sino porque es uno de los infinitos campos en los que se les han cerrado las puertas a las mujeres. Si a esta problemática le añadimos el género fantástico y de ciencia ficción, resulta más difícil para una mujer abrirse campo. Basta detenerse a pensar y enumerar a mujeres cuya calidad no solo sobresalga en estos dos géneros narrativos, sino que resulte magnífica en cualquier género. Si aún pocos hombres son capaces de escribir lo que llamamos clásicos de la literatura, pensar en las dificultades históricas que tienen las mujeres para entrar en este selecto grupo resulta algo doblemente difícil (basta utilizar Google y buscar la cantidad de escritoras que han tenido que utilizar seudónimos masculinos para que sus obras recibieran mayor aceptación).
Sin embargo, pese a estas dificultades sobresale el nombre de Ursula K. Le Guin (Estados Unidos 1929-2018), quien no solo escribía obras de ciencia ficción y fantasía al más alto nivel sino que también dejó su huella en ensayos, poesía y cuentos cortos. Ganó números premios, incluyendo el National Book Award por su distinguida contribución a las Letras.
Su obra Un mago de Terramar cumple 50 años desde su publicación en 1968 y merece especial atención. No existen elogios excesivos en lo que refiere a esta novela que, pese a contar con influencia de Tolkien, Le Guin logró hacer suya distanciándose de cualquier punto de comparación, abriendo todo un universo cuidadosamente elaborado y original: desde su estilo pulcro y preciso en el que se refiere a lugares y hechos históricos dentro su mundo —en los que no ahonda demasiado, como hiciera el autor de El señor de los anillos— hasta su mensaje filosófico sutilmente elaborado.
Un mago de Terramar es el primer libro de una trilogía que se centra en un mundo vasto de islas, un archipiélago en el que la magia juega un rol fundamental pero a la vez cotidiano. Narra la historia del mago Gavilán (Sparrowhawk) —cuyo nombre verdadero es Ged— y la travesía que realiza desde su pueblo natal hasta la escuela de magia (una idea que errónea e injustamente se le atribuyó a J. K. Rowling y esta se mostró reacia a corregir); además, debe derrotar a un monstruo que él mismo invoca y combatir sus propios impulsos.
Le Guin nos hace partícipes de un mundo que se siente casi cotidiano y no extraordinario; y este es, precisamente, uno de sus logros. A pesar de contar con dragones sabios y embusteros, hechiceros, vientos extraños y fuerzas sobrenaturales, el relato nunca sobrecoge al lector porque detrás persisten los mismos dilemas que como seres humanos estamos destinados a cargar, al mismo tiempo que nos maravillamos por la versátil construcción del relato y sus protagonistas.
Sin duda, la sabiduría que se extrapola en la historia proviene en parte del taoísmo que practicaba la autora, pero no por ello se trata de un relato aleccionador y más bien motiva al lector para que saque sus propias conclusiones. Sorprende que muchos pasajes significativos son a cargo de personajes que aparecen una sola vez, pero cuyas ideas marcan tanto al protagonista como al lector por el momento preciso en que aparecen: «Encender una vela es proyectar una sombra…»
Le Guin, de manera brillante, coloca muchos matices emocionales que ayudan a que la historia se sienta inteligente y congruente sin regalar nada al lector, pero también permitiendo que este comprenda la complejidad de un mundo que se divide más allá de buenos y malos.
Finalmente cabe mencionar el lugar primordial que la autora le da a la palabra y cómo esta envuelve la historia en un velo místico, ya que en esta novela conocer el nombre de las cosas da poder sobre ellas. El conocimiento que otorga el lenguaje no solo da poder, sino una responsabilidad que, a medida que crece, se utiliza con mayor cuidado. «Para que una palabra sea dicha. Tiene que haber silencio. Antes y después».
No importa cuántos años pasen: Un mago de Terramar se eleva como una de las mejores obras fantásticas jamás escritas y, al mismo tiempo, le otorga a Ursula K. Le Guin un lugar inmejorable en la historia de la literatura universal.
[Foto de portada: Marian Wood Kolisch, Universidad de Oregon].
†