Videojuegos: ¿obras de arte o simple entretenimiento?


Alejandro García_ Perfil Casi literalLa evolución tecnológica sin precedentes de los últimos 35 años nos ha permitido ahondar dentro del campo de los videojuegos, y con ello, se ha abierto el debate sobre si son una forma de arte o no.

En 2010, el crítico de cine Roger Ebert zanjó la discusión argumentando que los videojuegos nunca podrían ser considerados una forma de arte ya que este no puede ser «ganado», como lo es, precisamente, la razón de los videojuegos. Las críticas negativas continuaron apilándose y en 2012 fueron dirigidas a la curadora del Museo de Arte Moderno de Nueva York Paola Antonelli por mostrar una exhibición de catorce videojuegos. Aun cuando dichos títulos fueron incluidos desde la perspectiva del diseño, su rechazo por parte del sector conocedor fue amplio.

El debate de si algo puede o no considerarse arte no es nuevo, y sin duda, no resulta ajeno a campos que hoy damos por sentado. La aparición del impresionismo en su momento provocó conmoción por contravenir la técnica pictórica empleada hasta entonces; lo mismo sucedió con la broma de Duchamp y su colaboración al dadaísmo o incluso con el cine, que en sus inicios también batalló con el argumento de no ser llamado arte. Ahora los videojuegos ingresan dentro de ese territorio y se diferencian por involucrar a distintos sectores creativos como nunca había ocurrido antes, y a la vez, su desarrollo y perfeccionamiento ha sido muy veloz, dejando dudas respecto a si existe una autoría individual y a cuál es su enfoque.

Ciertamente podemos recurrir a distintas definiciones: desde Platón y su imitación de la naturaleza, o entenderlo como la condición que intenta imitar la creación humana, tal y como lo pensaba Oscar Wilde. Pero nada de esto parece importar porque tal como ha ocurrido con las muestras artísticas antes mencionadas, toma tiempo adaptar nuestras percepciones a lo que contemplamos. Las novedades suelen provocar un impacto de rechazo o desconfianza, esto es algo que nos caracteriza como humanos, pero no por ello dejamos de analizar y criticar algo a la hora de elevarlo al concepto de arte.

La capacidad de los videojuegos de transmitir ideas complejas, sofisticación intelectual y ―lo más importante― conmover al receptor, no se puede poner en duda si queremos igualarlo a la literatura, la pintura, la música, el cine, la escultura o la danza; sin embargo, en algo excede a los anteriores: la interacción entre los creadores, el objeto y el destinatario, adentrándonos en una forma de libertad sin paralelo. El juego, restringido por las reglas que imponen sus creadores, evoluciona para convertirse en una experiencia personal que cambia respecto a las decisiones que toma el jugador.

La conexión emocional ha ido cambiando, y el aspecto lúdico en sus inicios se transforma brindando una profundidad que se vale de la tecnología, alimentándose por la escritura en forma de historias complejas, como se observan en The Last of Us, Half Life, God of War, Mass Effect o Firewatch, por mencionar un puñado de títulos. Incluso juegos como The Witcher, Batman o The Walking Dead logran una exitosa adaptación debido a que las limitantes que existían en los albores de la industria, cada vez han ido desapareciendo.

La estética de títulos como Journey, Braid, Zelda, Bioshock, Monument Valley o Cuphead saltan a la vista pero esconden la ardua labor de equipos técnicos que trabajan meses o años para lograr lo que muestra el producto final. En cuanto a la música, la inclusión de artistas ganadores del Oscar como Michael Giacchino y Gustavo Santaolalla, así como la interpretación de temas emblemáticos de distintos videojuegos por parte de la orquesta filarmónica de Londres o de la orquesta sinfónica de la radio sueca, dan un impulso por acercar este movimiento a generaciones más viejas o a sectores escépticos.

Sin embargo, no podemos dejar de lado la accesibilidad que presuponen los videojuegos ya que, sin bien resultan un conjunto de virtudes extraordinarias, también adolecen de males incluso mayores, pues es necesaria la tecnología para poder reproducirlos y en este caso no es algo que vaya a cambiar pronto, pero queda la esperanza de que, conforme la humanidad extienda sus conocimientos tecnológicos, los videojuegos se beneficien de ello.

No es un secreto su impacto cultural; para ello basta ver la presentación de las Olimpiadas de Tokio en 2020 por parte de Japón, que apela a la conexión emocional de todo un planeta al presentar a Mario, ese personaje que encapsula a toda una industria creada por el ganador del Premio Príncipe de Asturias Sigheru Miyamoto, y cuya música, a cargo de Koji Kondo, nos lleva de la mano hacia una evolución natural llena de enlaces con otras personas y ―con nosotros mismos― de la misma forma que el arte se abre paso a través de la imaginación y converge en diversas representaciones, siendo los videojuegos tan solo una de ellas.

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