Negar una estética, una escuela o las influencias, pareciera estar de moda en la literatura. Los palabreros olvidan voluntariamente que la poesía y los poetas nacieron con la espada y la sangre, y que son más antiguos que el lenguaje.
Homero, o los muchos poetas que fueron Homero, Hesíodo y Virgilio, los brahmas que escribieron el poema de Gilgamesh, los sacerdotes/poetas que cantaron el Popol Wuj, el Zenrin Kushu y los haikus de Basho, el Kabla Khan de Coledrige, la Comedia de Dante, las Hojas de hierba de Whitman, los daneses que se espantaron con el Beowulf y los germanos que soñaron el Nibelungenlied, los escandinavos que surcaron los mares con la Edda Mayor; David, que cantó los Salmos; Keats, que creyó destejer el arco iris; los Sonetos, de ese enigma que se llamó Shakespeare, el Axíon Estí de Elytis, todos ellos (y muchos más) construyeron, quizá sin saberlo, una estatua gigantesca, hecha de palabras e historia; sus poemas fueron trazados, a veces en papel, a veces en la memoria de los pueblos, para aplacar a los dioses o para celebrarlos, para cantar las hazañas de los héroes, para construir mitos, para sacrificar vírgenes; el mundo y su representación se han valido de la poesía ―de los poemas― para expresarse. La música, la tierra aún joven, el despertar de la conciencia y la vaguedad de la vida han influido en el nacimiento de la poesía.
He dicho «poesía» con cierto recelo.
En algún libro feliz, Federico García Lorca dijo que «la poesía es algo que anda por la calle»; Borges, en This Craft Of Verse, dice que no todo poema incluye poesía y que no toda poesía se esconde en un poema. Es cierto. Sabemos que la poesía es la manifestación más clara, más pura de aquello que llamamos arte poética; las otras formas de representación literaria adolecen de ciertas facetas inherentes a su intencionalidad: la enumeración de rasgos circunstanciales, los juegos de tiempo, espacio y lugar, los personajes pintorescos, las tramas confusas (adrede o por ineficacia), etcétera. La poesía no está vinculada únicamente al verso o a la métrica; es decir, todas las formas poéticas están presentes en la literatura; verso no es igual a poesía, como teatro no es igual a drama. Ya Aristóteles lo dice en su Poética y es una opinión que ha perdurado por veintidós siglos.
Lugones, que creyó que las metáforas estaban gastadas, dijo que toda palabra es una metáfora muerta. Y eso es una metáfora. No fue el argentino el único que cayó en la trampa; Joyce también quiso, con Ulises, acabar con la novela, al escribir, según él, la novela absoluta. Es imposible acabar con la literatura mientras exista poesía. Y la poesía no vive en los versos, sino en el mundo, y quizá también fuera de él. Si cambiamos la idea anterior y le añadimos un poco de retórica barata, podríamos decir: la poesía no morirá mientras haya vida. Sea como fuere, la poesía, entendida como goce estético, es posible. Dado que la vida recoge versos y metáforas, sentimientos y palabras, noches de desvelo o mañanas solitarias, tristezas o alegrías, amores olvidados, copas de vino, paredes sordas, nebulosas, borracheras y borrascas, poesía se ha colado en ella.
Esos poemas que juegan en mi memoria no siempre están fabricados con palabras; a veces son besos, capítulos de una novela, alguna canción de Sakamoto, una foto de mi madre, una calle de mi infancia, un aroma, las letras de la palabra mujer, los silencios, la letra e, el viento que se cuela en las ventanas, la sangre que corre por mis venas. Todo, el mundo y lo que está en él, es poesía suave, amorosa, cándida, infinita. Tenía razón García Lorca: La poesía es algo que anda por la calle.
†