El nervio óptico: una novela/visita guiada por museos


Ricardo Corea_ Perfil Casi literalPocas cosas podría acotar sobre la novela a estas alturas de la vida sin caer en clichés o reiteraciones sinsentido. Podría arrojar alguna definición aleatoria de algún teórico o escritor consagrado (digamos, la de Milán Kundera: «la novela es una meditación sobre la existencia vista a través de personajes imaginarios»); o incluso podría intentar esbozar una definición más o menos propia. Pero lo único que necesito realmente para este artículo es poner sobre la mesa una idea: la novela es un recipiente maleable de historias. Y es que si algo tenemos claro desde que don Quijote irrumpió con sus aventuras es que para la novela no existen ataduras de formas, estilos o voces; ni siquiera las hibridaciones están prohibidas.

Esto último es exactamente lo que ocurre en El nervio óptico, la novela de María Gainza publicada en 2014: hibrida historia del arte, ensayo sobre pintura con una especie imprecisa de diario personal/crónica íntima. El nervio óptico funciona como una visita guiada por un museo donde la narradora se funda el traje de experta conocedora y nos comienza a revelar las maravillas que los neófitos de las bellas artes seríamos incapaces de observar por nuestra cuenta.

Pero no solo nos guía por algunos de los cuadros y los artistas que han marcado de una u otra forma su vida, sino además por pasajes de su vida misma: su familia de clase alta, sus miedos, sus relaciones y sus frustraciones.

Gainza entreteje esos retazos de historias privadas con las de los artistas a los que se acerca y que trastocan su propia idea del mundo. Su hondo conocimiento sobre arte y artistas no es una insinuación de egocentrismo o erudición vacía, sino una forma auténtica de conectar con los artistas que, desde la distancia, fácilmente se confunden con deidades.

Artistas tan disímiles como Dreux, Cándido López, El Greco, Rothko, Augusto Schiavoni, Gustave Coubert, Léonard Foujita o Henri Le Douanier Rousseau aparecen en las páginas de esta novela, no solo como una estrategia narrativa que sirve para darle movilidad a la historia, sino porque de una u otra manera sus vidas coincidieron en algún punto con la vida de la narradora.

El nervio óptico es una novela visual e interactiva. A los que no somos conocedores de arte nos obliga a pausar la lectura y lanzarnos a Google a observar la pintura de la que se está hablando. Por eso no es extraño que en 2016 se llevara a cabo una adaptación teatral.

Por si fuera poco, esta novela (que algunos también califican como autoficción) tiene una voz honesta pero agradable; cruda pero nunca insufrible. «Es inevitable. Uno habla de sí mismo todo el tiempo, uno habla tanto que termina por odiarse», dice su narradora.

«Definitivamente estoy mal equipada para afrontar la realidad; soy un ejército de uno que, a metros nomás del enemigo, se da cuenta de que olvidó su bayoneta», dirá en algún momento su narradora.

«La gente decía que mi hermano era rarito. Ojalá hubiera sido raro. Lo raro no es más que lo normal exagerado; lo raro se domestica».

Así, a la definición de Kundera podríamos reacomodarla para que hable exclusivamente de El nervio óptico: la novela es una meditación sobre la existencia vista a través de personajes imaginarios, obras de arte e historias reales de artistas. Un mapa de la existencia que a veces también se confunde con museos, talvez.

Sobre María Gainza

María Gainza pertenece a este grupo de escritoras latinoamericanas contemporáneas cuyos libros han comenzado a ganar cada vez más terreno en la literatura mundial. El nervio óptico fue una novela que, durante algunos años, no salió mucho de Argentina. Pero cuando Anagrama la publicó en 2017, Gainza fue al fin dimensionada como se merecía. En 2019 recibió el premio de literatura Sor Juana Inés de la Cruz por su novela La luz negra.

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