Y la Tierra se encontró con Seiobo


Rodrigo Vidaurre_ Casi literalUna vez leí que todo lo interesante, tanto en el arte como en la política, pasó antes de 1999. Claro que me pareció absurdo y pedante, pero analizando mis inclinaciones literarias, mi inconsciente debe haberlo internalizado. Es por eso que cuando un gran amigo me recomendó la novela contemporánea Y Seiobo descendió a la Tierra, de László Krasznahorkai, me encontré fuera de mi zona de confort. Sabiendo que nunca debo cerrarme a ningún libro y confiando ciegamente en mi amigo, tomé aire y me tiré hacia los brazos de Seiobo sin saber el viaje que me esperaba.

La novela está compuesta por diecisiete episodios independientes cuyos temas centrales giran alrededor del arte, la contemplación, la disciplina y la belleza. Lo primero que llama la atención es la universalidad del autor, quien, tras haber vivido en lugares como Estados Unidos, Grecia, España y Japón (este último es crucial para su obra), es capaz de moverse fácilmente entre la Alhambra y el Louvre. Krasznahorkai aprovecha esta destreza para llevarnos de un lugar a otro, mostrándonos efectivamente que donde hay personas habrá arte.

Cada capítulo se centra en una obra o artista particular, ya sea el teatro Noh japonés, el barroco de Bach o la Trinidad de Andrei Rublev. Krasznahorkai captura en perfectas palabras la capacidad que tiene el gran arte de atraparnos en una dimensión sublime donde las reglas del mundo parecen suspenderse. Su prosa es profundamente poética y poco ortodoxa, lo cual la hace al mismo tiempo intimidante y satisfactoria. En esto hay que destacar el gran logro de los traductores Adan Kovacsics y Ottilie Mulzet ya que este libro no funcionaría si su trabajo no fuera impecable.

Pero sobre la belleza sublime se ha escrito bastante y se seguirá escribiendo. Hay algo que para mí hace a esta novela única e inolvidable y es que a Krasznahorkai le interesa el momento preciso en que la diosa Seiobo baja a la Tierra. En uno de los capítulos vemos cómo Seiobo —deidad venerada en varias culturas asiáticas— desciende del cielo durante una presentación de Noh para encarnarla. Es decir que el libro no solo se trata de lo trascendente, sino de lo inmanente del arte; de su íntima relación con el mundo físico del aquí y ahora.

La novela nos cuenta sobre un Buda sagrado siendo restaurado por expertos, la obsesión de un guardia de museo con la Venus de Milo, un hombre queriendo ver la Acrópolis a pesar del sol y una historiadora del arte tratando de probar la autoría de una pintura renacentista. Todas las narraciones de Krasznahorkai buscan demostrarnos que las obras de arte que tanto veneramos suceden aquí abajo en la Tierra, con las ambigüedades, los errores y hasta los absurdos que vienen con la condición humana.

Aunque a László Krasznahorkai se le asocia con el posmodernismo no hay rastro de cinismo en su obra. El punto de mostrarnos que el arte es un objeto del mundo no es demeritar al arte, sino elevar al mundo; involucrarnos a nosotros los mortales directamente en la verdad de la apreciación estética que por siglos se ha oscurecido y mistificado. Que Seiobo descienda por un momento a la Tierra significa que la Tierra, durante ese momento, es bendecida por la diosa.

Y Seiobo descendió a la Tierra no es un libro para consumir apresuradamente. Es un trabajo difícil que exige la misma atención que sus personajes ponen en sus obras de arte, una novela en la cual cada página requiere paciencia, contemplación y respeto. Pero a cambio de este esfuerzo, László Krasznahorkai nos ofrece una experiencia capaz de alterar para siempre nuestra orientación hacia el arte y su papel en el mundo.

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