Cristóbal Colón: el descubridor inventado


Gabriela Grajeda Arévalo_ perfil Casi literalHablar de Cristóbal Colón desde la perspectiva de un latinoamericano no puede ser la misma que desde la de un europeo.

Ciertamente, nacer y crecer en el continente descubierto y conquistado deja una huella indeleble que se les marca a los niños desde la escuela primaria, cuando a la edad de 10 años los hacen memorizar a «la Niña, la Pinta y la Santa María» mientras voltean las páginas de sus libros de Estudios Sociales y se encuentran con esos cuadros dramáticos de los caciques ensangrentados a punta de esas espadas filosas que, como bien se burla el propio Colón en su diario: «Ellos no traen armas ni las conocen porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia».

Así, pues, los pequeños niños latinoamericanos modernos y herederos de la tierra «descubierta» no saben por qué, pero nacieron en el bando de los perdedores, de los ignorantes, de los que usaban taparrabo y había que moldear hacia el «camino del bien»; los que se merecían ese destino de sangre, pena, saqueos, violaciones y abusos por ser primitivos y estúpidos.

Hablar del «Descubrimiento de América» no deja de ser un tópico doloroso en el que se evidencia, según las páginas del diario de Colón, algo que persiste en el mundo aún hoy: la intolerancia a la diversidad y la concepción del otro como ser infrahumano y no simplemente humano.

El diario de Cristóbal Colón

Fray Bartolomé de las Casas transcribió el diario del almirante y en él se describe el día a día de ese «afortunado» viaje desde que salieron del Puerto de Palos en Andalucía hasta que encontraron la tierra en las Antillas. Como menciona Rodolfo Borrello, «Es el primer testimonio del paisaje y del habitante de Indias, la primera página que describe la flora y la fauna (…) Es también la obra fundadora de la literatura hispanoamericana».

Colón describe con ahínco y en repetidas ocasiones el paisaje verde y exuberante que inmediatamente liga a su concepción divina y puritana. Aunque es destacable el hecho de que solo el manuscrito del padre De las Casas y no el original que escribió el propio Colón sea el que exista. ¿Cómo puede un documento tan trascendental simplemente desaparecer al igual que su copia fiel? Lo que compete preguntar también es qué querían ocultar que no cazaba con la leyenda de la empresa de descubrimiento.

En el diario es muy claro, sobre todo en las páginas que le siguen al momento en el que pisaron tierra: que su agenda estaba marcada por el oro y no mucho más que eso. Poco pareció importarle al almirante la idea de que esas tierras podrían haber sido algo nuevo cuando según sus descripciones y apuntes todos se desvivieron en seguir el camino del oro. Y, aunque la tierra y las posesiones eran de esos seres ignorantes que los navegantes llamaron «indios», el oro les pertenecía a los invasores simple y sencillamente porque lo fueron a buscar y ellos eran superiores.

Incluso hay varias ironías en el diario: «Le pareció que éramos buena gente», para referirse al indígena que intercambiaba varios ovillos de algodón a cambio de puras porquerías; «Todo lo que yo le di no valía ni cuatro maravedís».

Porque los seres hermosos, fornidos y altos que describe Colón en su diario inmediatamente pasaron al plano de siervos que había que domesticar y evangelizar. «Se harían cristianos, que me pareció que ninguna secta tenían». De esta forma el almirante ni siquiera intentó comprender la idiosincrasia de los nativos ni trató de averiguar el verdadero nombre las islas. Su visión, más allá de la de descubridor, era puramente material. ¿Cómo se puede descubrir un continente cuando no se sabe que existe ni aún pisando su suelo? Porque a todas luces el diario no deja evidencia de que le haya dado importancia alguna al lugar en sí mismo, sino solamente a lo que pudiera extraer de él y de su objetivo de ligar Europa y Asia por la ruta de Occidente.

La historia del descubridor llegó después como esas pocas coincidencias de la vida que resultan mejores de lo esperado. Una buena casualidad que debía ser inventada, desarrollada y cimentada para la posteridad; algo así como lo que decía el consejero de Alejandro Magno, Medion de Larisa: «Siembra confiadamente la calumnia, que cuando la gente hubiera curado su llaga siempre queda la cicatriz». Así, cuando ya se supo que América era un continente nuevo, surgió el problema de a quién atribuirle tan prodigioso descubrimiento y en torno a ello se desarrollaron varias tesis, como la del propio hijo del almirante, don Fernando Colón, quien sostuvo que su padre tuvo la idea de que en el Occidente de Europa tenía que existir un continente y que fueron sus amplios conocimientos científicos y su erudición los que lo llevaron a tal proeza.

Por su lado, el padre De las Casas, quien, como ya se ha mencionado, tuvo acceso al diario original cuyo manuscrito es el único que se conserva, se apegó a la hipótesis científica de Fernando Colón, aunque añadió que la intención del almirante sí tenía un objetivo asiático, pero que llegó a América por obra divina y, por ende, Cristóbal Colón fue el auténtico descubridor del continente.

Y, aunque la intencionalidad del almirante fue Asia y no tuvo idea de que había llegado a otro continente, la realidad es que había que atribuírselo a alguien que le conviniera a la Corona y que respondiera por sus intereses a futuro. De esta manera se construyó en torno a la figura de Cristóbal Colón un personaje que con el paso de los siglos se fue engrandeciendo, ya fuera por la osadía de buscar nuevas rutas comerciales que lo llevaron a otro continente; por supuesto iluminado divino, erudito y científico; o simplemente por ser el primero en toparse con América. Lo cierto es que Colón murió convencido de que había llegado a Asia y no a América.

Mientras tanto, los niños latinoamericanos de las escuelas con métodos magistrales seguirán sintiendo que pertenecen al bando oprimido. Seguirán memorizando el nombre de las tres carabelas, el Puerto de Palos y verán al genovés como ese ser representativo y casi iluminado que abrió la puerta a esa conquista sangrienta de seres que debían ser modificados; conquista que aún hoy persiste en la genética de la gente. Pero ese ya será otro tema.

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