Chavela Vargas: espíritu rebelde


Elizabeth Jiménez Núñez_ perfil Casi literalNetflix me llevó hasta el documental Chavela. Lo vi por partes hasta que finalmente hace una semana pude ver el final. Al momento de su muerte, varios de los periódicos más importantes publicaron en sus titulares: «Fallece Chavela Vargas, la mujer que forjo un mito latino», «Chavela Vargas: se murió de vivir», y «Murió viviendo con su gira todavía fresca».

La cantante logró a través de su estilo desgarrador prescindir del mariachi. Los conocedores hablan de su mayor logro: eliminar el carácter de fiesta de las rancheras, mostrando el lado desgarrador de sus letras. Acaso Chavela le dio a la música y a las letras una desolación necesaria, esa desolación con la que se vive y se desvive en lo humano y en lo inhumano del movimiento circular, cíclico e inevitable.

En verdad que no esperaba un documental tan bien construido. Digo «bien construido» porque las voces que se juntaron para resucitar a Chavela fueron a su vez el cántico ensordecedor de una sola voz. Las entrevistas más sentidas, también recopiladas en el documental, me gustaron porque no encontré rasgos ocultos de amarillismo. Hubo una clara intención de mostrar las telas al sol en su color natural a través de quienes conocieron y sintieron a Chavela.

Su temple logró desamar las amarras de lo intocable en un «México lindo y querido» construido para los machos bravíos que tenían la voz y el voto. Pero ella no necesitó usar enaguas, solamente abrió los brazos en el escenario de la vida hermosa y cruel y demostró la investidura que le dieron los dioses. La estrella que la cubría como paradoja de la luz-oscura la convirtió en algo más sublime que un macho bravío porque tenía la fuerza de lo masculino en el núcleo de lo femenino. Ella era una mujer (y una mujer con todas sus letras). Solo ella podía romper con la hegemonía del mariachi diseñado para los hombres, sobresaliendo como un verdadero genio fuera de la botella o adentro de ella.

Costa Rica la expulsó con la misma patada con que golpeó a Yolanda Oreamuno y a Eunice Odio, mujeres destinadas a irse para no volver. Destino… ¿antojadizo? ¿Cómo reprocharle a un país tan pequeño su injusto proceder? Sería acaso ese proceder de indiferencia el que trastocó el destino de estas artistas para encumbrarlas y darles el lugar que merecían. La pequeñez del fantasma conservador en la identidad costarricense les dio la posibilidad de hacerse grandes en otro espacio, pero dejando gotas de sangre en el camino. Porque duele crecer en el mundo de lo masculino, amarrado, apelmazado y recrudecido por el horror de las artes mal pagadas. Ellas no solo fueron estorbos femeninos con inteligencias y destrezas avasalladoras, sino también mujeres con destinos económicos inciertos. Porque la belleza  femenina y la inteligencia juntas se castigaban duramente en aquella época. Financiar la inteligencia femenina y la rebeldía no parecían un buen negocio.

Es después de la furia y del rechazo de Costa Rica que estas artistas lograron desarrollarse. En el caso de Chavela, el documental retrata la gran admiración y la estrecha amistad que trabó con Almodóvar. Él la sintió cercana desde el primer momento que cruzaron miradas. Se habrían conocido entonces en otra vida, en aquellas esferas raras donde «se ama sin preguntar a quién ni por qué». Los dos se reconocieron embelesados, mirándose a los ojos con la satisfacción de saberse seres cuya rareza no solo les había dado la virtud sino también la cruz que cobijaba la crueldad de ciertos entornos sociales, pero sobre todo artísticos.

Chavela Vargas alguna vez dijo: «Los que aman lo harán siempre a todas horas, intensa y apasionadamente. Los que no aman jamás se elevarán un centímetro del suelo. Hombres y mujeres grises, sin sangre».

Habremos sido los costarricenses de aquella época hombres y mujeres grises sin sangre, la incógnita permanece. Lo cierto es que al mundo le pertenecía Chavela y sus brazos siempre estuvieron abiertos hasta que el Chalchi, el monte-chamán que la vio vivir-muriendo, reiteró lo que dijera un titular de periódico: «Murió de vivir».

El documental Chavela está disponible en Netflix.

[Óleo de portada: Ariel Quirós]

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