Mis pecados capitales


Elizabeth Jiménez Núñez_ perfil Casi literal«Mientras la luz es rápida, propulsora y transparente, la oscuridad está quieta, aguarda y es opaca», dice el Libro de los símbolos. La Navidad me pone reflexiva y me hace obviar mi humor negro como principio rector de mi camino de piedra roja. Esta es mi lista de pecados capitales. Los armé sola y les di vida propia.

1. Oscuridad. Aquí caben mis agujeros, mis abismos, mis cavernas y mis sótanos. Pero también la quietud y la serenidad oscura cuya paradoja se hospeda en la más rara de mis incertidumbres. En la oscuridad han nacido mis grandes silencios, de los cuales también han emergido mis grandes ruidos. Han sido mis ruidos una especie de segundo pecado capital cuya extensión me ha desafiado continuamente. Mi ruido empieza cuando busco información en redes sociales, periódicos, noticieros, individuos pesimistas (¡abundan!) y aparecen imágenes.

Cuando mi índice recibe la instrucción de mis impulsos cerebrales dejó de analizar la locura en la ficción y la ficción en la locura mediática. Procuro irme al jardín a comprobar la cantidad de tierra que pueda caber en mis dedos. Repaso a las personas que exhiben sus alimentos, sus cuerpos, sus frustraciones, sus mejores fotografías, sus paseos, sus formas de hacer ejercicio y sus gritos. Y no me escapo del ruido ni del exhibicionismo caótico porque también me envuelvo en la ficción y participo activamente en ella, tratando, en la medida de lo posible, de desafiar mi capacidad de permanecer en silencio.

A propósito de silencios programados, el arte es uno de ellos; la apreciación pausada. La mujer del cuadro de Odilon Redon evoca silencio y su apariencia meditabunda parece buscar algo más que un silencio personal en el que es mejor lo que queda sin decir, aun incluso más que el silencio amedrentado con el que nos podríamos sentar al borde del Gran Cañón en una tarde tranquila. La oscuridad ruidosa: mi pecado capital abominable.

2. Dispersión. Aquí entro de vez en cuando. Es como quedarse en pedazos. A veces resulta necesario el suplicio, las condiciones psicológicas y los mecanismos en los procesos de transformación: la vulnerabilidad, el menoscabo, la ira, la depresión, la ansiedad y los cambios en la química hormonal y en la integridad física como hechos consumados —y necesarios— para crecer y apreciar la libertad. También en el cuadro de Odilon Redon se observa la dispersión actual producto de los estímulos paralizantes de la tecnología.

Ausencia de conexión con el entorno. Las mesas servidas con la prioridad puesta sobre los teléfonos y no sobre las personas. Esa participación consciente que repercute en la máxima de las máximas: «La indiferencia es un nuevo estilo de sobrevivencia».

Cada individuo dominado por sus propios agujeros se pierde en un universo ya concluido, diseñado para sus enfermedades psíquicas. No hay centro ni balance, la unidad se pierde. Pero cuando estoy almorzando en un restaurante con mi familia trato de tener los minutos contados para observar la dispersión de las mesas más cercanas. Finjo compasión y luego me tomo un trago de cerveza. Caer en la dispersión es mi pecado capital más desgastante.

3. Ignorancia. La tensión psíquica no puede generarse en ausencia de conocimiento. Lo que se genera es un estrés y una inflamación cerebral que produce diarrea verbal, una enfermedad generalmente difícil de tratar.

La vida creativa de los grandes genios intelectuales trascendió el conocimiento y fue pasos delante del común de los mortales. Sus impulsos eléctricos entraron en el más allá; un juego difícil, doloroso y placentero a la vez. Quizá ellos lograron abrir la puerta del vasto universo de pensamiento que no excluye los cuestionamientos existenciales, sin embargo, la sabiduría los aminora por medio de la paz interior. Quizá deberíamos conocernos y no someternos a la ignorancia programada como mecanismo de defensa. Ignorar como acción consiente es un pecado capital vergonzoso porque no solo limita, sino que aprisiona a quien se somete a tan peligrosa práctica. Aquí caben solo «mis verdades», la bandera que ondeo solo para reconocer que me inunda la parálisis, pero sobretodo el sinsentido de mi sinrazón al mejor estilo de Don Quijote.

Entre lo que veo y digo.

entre lo que digo y callo,

entre lo que cayo y sueño,

entre lo que sueño y olvido,

la poesía

Octavio Paz

4. Omisión. Cuando omito decir «Me equivoqué», cuando omito abrazar el ocaso de mis días y agradecer cada nuevo amanecer. Cuando me rehúso a poner en su sitio a mi propio ego y me dominan mis impulsos y de manera soberbia los confundo con pasiones para mi propio maleficio. Cuando opino que mi trabajo es mejor que el de otro(a) por miedo a reconocer que ese otro(a) es quizá mucho mejor que yo.

No es fácil que me invada la pereza, pero de vez en cuando se instala y olvido decir: «Gracias» de corazón, «Hasta pronto» con intención de otro encuentro» y también cuando omito conectarme adrede para estar más en contacto con mis vanidades. Cuando me alejo y camino sola, cuando no comparto una historia hermosa, cuando omito burlarme con alguna ironía fina del infortunio de mis amigos; es decir, mis hermanos.

Cuando omito maravillarme porque mi hijo me levanta temprano el fin de semana y me cuenta que ya tiene otro diente lo suficientemente flojo como para que el ratón Pérez le traiga un avión de verdad. «Un helicóptero, mamá». «¿Y en dónde lo ponemos, hijo?». «¡Pues en el techo!»

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