La membrana mágica


Lahura Emilia Vásquez Gaitán_ Perfil Casi literal«Al igual que una nación refleja los rasgos distintivos de sus ciudadanos, la humanidad debe reflejar la naturaleza básica de nuestras comunidades celulares».

Bruce Lipton, biólogo celular

Cuando era estudiante universitaria, apenas aprobé mis cursos de biología general. Memorizar de principio a fin cada función y nombre extraño de aquel círculo lleno de «cositas» llamado célula me resultaba un castigo. Perdí mi tiempo de forma inútil y no comprendí que aquello nada tenía que ver con el majestuoso mundo de la diversidad celular y sus variadísimas formas.

Intenté hallar maneras alternativas de impartir esa clase: «La célula es como una fábrica de hacer ropa. Tiene planta de energía, personal de aseo, conserjes, personas que costuran y ensamblan, edificio para funcionar, muro perimetral…» Quería traducir el complejo mundo celular a mis estudiantes de una forma un poco más entretenida. Comprender la célula es de suma importancia porque permite entender el funcionamiento de organismos superiores. Las funciones básicas que realizan ambos son fundamentalmente las mismas.

«El núcleo es a la célula lo que el jefe es a la fábrica». En mi equivocada concepción, el núcleo era uno de los organelos ―«partecitas»― más importantes de la célula. La función del núcleo es contener el ADN y «el ADN era muy importante». Nuevamente, el determinismo genético se había estampado en mis creencias a partir de una gran cantidad de bibliografía impresa.

Si el núcleo fuese realmente imprescindible, ninguna célula podría vivir sin él ―pues el fin de cualquier organismo vivo es la supervivencia―; sin embargo, hay muchos ejemplos de células que pueden vivir sin núcleo: desde aquellas a la que se les extrae en un laboratorio hasta las que naturalmente carecen de él.

Curiosamente, sí existe un organelo sin el cual la célula muere: su membrana. La membrana celular separa a la célula del mundo exterior y ejerce, de esta manera, la función de comunicación con el entorno. Mi definición simplista decía «La membrana es como un muro perimetral», pero resulta que la membrana no es una barrera simple que tan solo cumple la función de separación sino que se construye y deconstruye a sí misma dependiendo de lo que su ambiente le informe y de los recursos internos que pueda contener la célula; es altamente sensible y tiene la capacidad de interpretar señales.

En aquellos días debí decirle a mis estudiantes que el «jefe» tomaría las decisiones con base en lo que informaran de «afuera». Si había suministros, abundancia o escasez de «recursos», si «llovía» o había «sequía», si los «campos» estaban creciendo bien, si querían «atacarla». Dependiendo de cada una de las situaciones antes descritas es que se puede decidir qué es lo conveniente para la «fábrica» porque cada situación demanda un comportamiento interno distinto. Quizá esta diferencia sea muy pequeña y tan sólo cambie un matiz, sin embargo, al multiplicarlo por los cincuenta billones de células que nos conforman, podría significar grandísimas diferencias. ¿Quién filtra esta información? Sí, nuestra membrana con propiedades tan sorprendentes que parecen tener un sello mágico.

Existe evidencia científica que demuestra que cuando a una célula se le coloca en un entorno enriquecido y nutritivo, la membrana se vuelve receptiva, permite el paso y salida de materiales y lleva a cabo sus funciones de una forma óptima; pero cuando el ambiente es hostil, más bien se engrosa, impidiendo la salida y entrada de materiales. Este es un mecanismo de protección que ha permitido a la célula sobrevivir cuando las condiciones han sido desfavorables, pero si este se sostiene indefinidamente en el tiempo termina por enfermarla y dañarla, pues como mecanismo de defensa se producen sustancias a nivel químico que alteran su expresión y funcionamiento normal.

La forma más pequeña de la vida nos muestra que el estado permanente de alerta y ataque no es una alternativa saludable. Pensar que vivimos en un planeta donde 95% de la población mundial está enferma nos hace pensar que, a grandes escalas, este mecanismo tampoco funciona.

La célula no hace solo lo que dicen los «manuales» (ADN). Estos parecen influir y darnos la estructura y forma particular que tenemos: que las personas luzcan como personas y los gatos como gatos; pero la calidad de vida en las personas (o en los gatos) depende de la interrelación de muchos otros factores. Es cuando menos sorprendente que de cien mujeres con cáncer de seno, 95 no tenían «instrucciones» (genes) para ello.

Hay una frase de carácter filosófico que aplica perfectamente al funcionamiento celular: «El hombre es él en sus circunstancias». De la misma manera, no se puede comprender a la célula, alejándola del medio en que se desenvuelve. Pareciera que la primigenia forma en la que se manifiesta la vida intenta mostrarnos cómo el medio en el que crecemos tiene una influencia arrolladora en la forma en que nos desarrollamos. La epigenética ―ciencia que significa literalmente «sobre la genética»― ha venido a derrumbar muchos mitos alrededor del determinismo genético. Pero claro, siempre será mucho más fácil culpar a los genes que asumir la responsabilidad que como humanidad tenemos de los entornos tan hostiles, desfavorecedores y dolorosamente desiguales que hemos creado. Luego intentamos huir de las aberraciones y disfuncionalidades que caracterizan a la sociedad actual y, como si no fuera suficiente hipocresía, hasta nos preguntamos de dónde surgen.

Comprender el todo, tratando de entender las partes, es un esfuerzo apreciable. Comprender las partes sin arrancarlas del todo es una capacidad suprema. Y es que quizá muchos fenómenos que ocurren a lo macro inician con una pequeña explicación a lo micro. Después de todo, no somos más que muchos billones de células caminando juntas.

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1 Respuesta a "La membrana mágica"

  1. Marvin Ventura dice:

    Excelente articulo

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