En 1953 Julio Ramón Ribeyro publicó el ensayo «Lima, ciudad sin novela», donde lamenta que, a diferencia de Londres con Dickens, París con Victor Hugo o Lisboa con Eça de Queiros, la capital de su país no tuviera un escritor cuya capacidad de observación le permitiera crear una ficción a la altura: «Colonia, emancipación y primeros decenios de vida republicana están plagados de incidencias, de personajes, de costumbres que esperan su incorporación a la novela». Dos años después el mismo Ribeyro publicó Los gallinazos sin plumas, pequeña joya donde empezó a dar voz a los personajes nimios de la ciudad. Tres años más tarde Mario Vargas Llosa se daba a conocer con los cuentos de Los jefes, donde destaca «Día domingo», y en la década siguiente sería este quien tomaría la estafeta de novelista de altura, no solo del Perú sino de todo el continente.
En 1964 Sebastián Salazar Bondy redondeaba la idea del vacío de la ciudad al publicar, primero en México y luego en su país, Lima, la horrible, colección de fotos y ensayos donde, en pocas páginas, visita los barrios viejos de la ciudad que alojaba a dos millones de enfermos de nostalgia quienes «se dan de manotazos, en medio de bocinas, radios salvajes, congestiones y otras demencias humanas para pervivir».
Por su lado, Luis Loayza, en voz muy baja y a un ritmo muy pausado entre décadas, se alejó de la denuncia para hilvanar, con una austeridad narrativa admirable, los entresijos de la sociedad limeña de clase media ebria de amoríos, desencuentros e infidelidades que comparten el anhelo frustrado de ascenso social. Hoy los conflictos de las clases media y baja limeñas —y de toda América Latina— siguen siendo los mismos, con un resquebrajamiento social cada vez más doloroso.
A partir de esto, Christian Solano (Lima, 1976) recoge los despojos de historias transcurridas en parques, discotecas y moteles para articular Una calma aparente, su tercer libro.
El volumen contiene ocho cuentos ambientados en Lima y sus alrededores, poblados por personajes que ansían romper de cualquier forma la madeja de pobreza, hastío y abandono, encontrando a cada paso un paredón de realidad que echa a perder sus sueños. Solano no se limita a beber de la producción de su país. Sus historias agregan la crudeza alcohólica de Raymond Carver combinada con el asombro infantil de los personajes de Samanta Schweblin. En «Familia», el cuento que abre el volumen, la niña narradora dice: «Papá era papá estando sobrio; lo cual hacía que mamá pareciese mamá».
A pesar de arrancar de un modo muy chejoviano donde la primera frase predice por dónde irá la historia, Solano rompe los moldes clásicos: sus historias están permeadas de menciones a Facebook, Twitter o WhatsApp como único callejón sin salida hacia la modernidad, donde el mejor modo de incorporarse al mundo moderno es cosechar muchos likes en redes sociales.
Después de dos libros de microficción Solano parece correr mejor las distancias intermedias, pues sus cuentos conjugan de buena manera el ritmo, la dosificación de la intriga, el lenguaje coloquial que no llega a sonar forzado y las emociones que, al presentarse en forma dual, crean personajes creíbles y nunca acartonados.
Para hablar de su escritura, pero también de la entrañable tradición de letras peruanas, Solano estará de visita en la ciudad de Guatemala el jueves 30 de enero a las 6 p.m. en Casa Cervantes (5ta. calle 5-18 zona 1).
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¿Quién es Leonel González De León?