El «no» de las niñas


Rubí_ Perfil Casi literalEn Guatemala el tiempo se detuvo. El esperma infecundo del Iluminismo europeo del siglo XVIII, cuya cosecha aquí recogimos tardíamente hasta el siglo XX en forma de arte e ideas políticas que abogaban por el respeto a la razón, las ciencias y la humanidad, nos dejó pocos elementos para entender nuestro siglo. Qué bonito fue saber que el racionalismo de René Descartes, El Emilio de Jean Jacques Rousseau o los aportes filosóficos de John Locke coincidían con Immanuel Kant en el «atreverse a conocer» y que a partir de esa premisa el arte, la filosofía y la política respondían a la razón.

Todo iba bien, pero en pleno siglo XXI ―y probablemente desde mucho antes― una de las obras de culto para los estudiantes del nivel medio en Guatemala fue El sí de las niñas de Leandro Fernández de Moratín. Claro, esta obra teatral de corte satírica donde una niña es prometida a un hombre mayor y adinerado fue el resultado de la influencia de la Ilustración española; en ella se cuestionó al matrimonio como institución y demás factores que atentaban contra el triunfo de la razón. Dos siglos después leímos El sí de las niñas en código moralista, usándolo como manual de buena conducta para niñas. Con la distorsión conservadora facilitada por el sistema educativo del momento, nosotras, las niñas, supimos que debíamos ser tres cosas: obedientes, honestas y fieles. Lejos estaba Leandro Fernández de saber que con el tiempo su obra maestra terminaría por apadrinar literariamente a una sociedad hipócrita como la guatemalteca.

Y ¿dónde está la hipocresía? Bueno, en las últimas semanas se ha retomado el tema de la legalización del aborto. Algunos diputados no han tardado en quemar sus mejores cartuchos en oponerse a una ley que, según ellos, atenta contra los valores morales y éticos de la oronda sociedad guatemalteca. El tema sale, se retoma, se encajona, enardece digitalmente por unos días hasta que el presidente da declaraciones incongruentes, pasa de las caricaturas de Prensa Libre a los memes, nos divierte o nos enoja, lo olvidamos y así vivimos reciclando información. Pero eso sí: mientras la pira arde, somos los más versátiles y pulidos opinólogos. Nos lucimos, incluso, citando escrituras bíblicas para decirle a los demás de qué lado estamos. Y no faltan aquellos que se oponen al aborto pero apoyan con fervor la pena de muerte. Si eso no es hipocresía, no sé cómo llamarle.

Insisto: en Guatemala el tiempo se detuvo y el tema de la legalización del aborto es un claro ejemplo. En 1993, durante el gobierno de Jorge Serrano Elías, hubo intentos serios. La aprobación del Decreto Legislativo 3-93 que no solo legalizaba el aborto sino que aprobaba la esterilización y la toma de medidas de control de la natalidad, conocida como la Ley de Población y Desarrollo, prometía progreso en una búsqueda de la disminución de la pobreza y control poblacional. Atrocidad apocalíptica para muchos.

Tachada como antinatalista, la Ley no pasó de mera polémica y encendió la llama moral de los cruzados practicantes; algo así como los pro-vida, atrincherados en la armadura religiosa. La querella llegó a tanto, que en el mismo año Serrano Elías fue acusado por el Congreso y por la Iglesia Católica como traidor a la Patria, cosa graciosa para un presidente autogolpista refugiado no tan lejos del país que desfalcó ―algo que hace rato dejó de incomodar, o al menos, no incomoda tanto como la idea de la interrupción de la gestación―. Veinticinco años y siete gobiernos después, el tema de la legalización del aborto no ha avanzado. Barcos proaborto vienen, salen las turbas enardecidas; barcos se van, las turbas se diseminan y los diputados usan el tema como anzuelo para amasar simpatizantes. Nada nuevo.

El problema acá es que quienes estamos opinando a favor o en contra del aborto somos los del otro lado, los que no hemos parido a los hijos de la violencia sexual. ¿Dónde están las mujeres que un día marcaron al número del anuncio que dice «¿retraso menstrual?, ¡llámanos!»? ¿Por qué no le preguntamos qué piensa del aborto a una de los cientos de niñas-madres que no pudieron decir «no» a relación sexual forzada? ¿No es incongruente (e hipócrita) que el fantasear con pagar nuestras cuentas con beat coins o sacar un doctorado en línea sean ideas que nos seduzcan hasta babear mientras seguimos criminalizando al aborto cual colonos de La letra escarlata?

Yo quiero leer a los hijos del incesto, quiero saber qué opinan sobre el aborto las niñas-adolescentes-mujeres con cicatrices en el útero; las injustamente estigmatizadas, las que parieron, las que interrumpieron la gestación. Es en ellas en quienes tenemos que fijarnos.

Talvez algún día soltemos la teta de la que mamamos códigos morales prehistóricos que nos tienen anémicos. Es posible que en un futuro no haya más lecturas adoctrinantes en los salones de clase. A lo mejor algún día en Guatemala el tiempo siga su curso, aceptemos nuestro siglo y comencemos a leer y a escuchar el «no» de las niñas.

¿Quién es Rubí Véliz Catalán?

 

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1 Respuesta a "El «no» de las niñas"

  1. Marvin Ventura dice:

    Excelente articulo, un tema polémico y complejo

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