Todo proyecto político tiene sus héroes. Todo movimiento que ve conveniente reclutar la historia a su causa se da a la tarea de erigir un panteón que retroactivamente valide sus propias ideas. En Latinoamérica, por ejemplo, los gobiernos liberales del siglo XX se encargaron de crear mitologías nacionales en torno a independentistas como Miguel Hidalgo, José Matías Delgado y Simón Bolívar.
Durante este proceso de canonización secular, es común que a los héroes de la historia nacional se les exageren sus virtudes y se les minimicen sus vicios. Es acertado pues, decir que la mayoría de los héroes nacionales, desde George Washington hasta Chiang Kai-Shek, fueron figuras matizadas que escapan de una clasificación binaria de héroe o villano. Fueron, como nosotros, seres humanos imperfectos.
Digo la mayoría porque de vez en cuando un auténtico villano logra colarse en lo más alto del canon cívico. El año 2023 fue decretado por el Congreso mexicano como el «Año de Francisco Villa». Este acto de conmemoración impulsado por el actual gobierno sigue la línea iniciada por el PRI de enaltecer a figuras de la Reforma y la Revolución Mexicana que comulgan con sus ideales, tales como Benito Juárez y Francisco I. Madero.
Pero a diferencia de otros revolucionarios como Álvaro Obregón, Venustiano Carranza y Emiliano Zapata, la elevación de Pancho Villa al estatus de héroe nacional fue lenta y accidentada. En parte porque sus enemigos políticos —Carranza, Obregón y Plutarco Elías Calles— terminaron consolidándose en el poder; y por otro lado, el origen bandolero de Pancho Villa presentaba un serio dilema moral para el revisionismo oficial.
Rehabilitar a Pancho Villa va más allá de reimaginarlo como un Robin Hood que robaba a los ricos para darles a los pobres. El currículum del «Centauro del Norte» presume hazañas que van desde el asesinato punitivo de civiles en San Pedro de la Cueva, Sonora y Columbus, Nuevo México; hasta la violación sistemática de decenas de mujeres en el poblado de Namiquipa, Chihuahua. El oficialismo se ha valido de académicos izquierdistas como Friedrich Katz y Paco Ignacio Taibo III para sanitizar la dañada imagen de Villa y darle un lugar honorable en el Monumento a la Revolución.
Se habla hoy en día de una leyenda negra propagada para manchar la buena imagen del caudillo polígamo. A los testimonios de las víctimas se les desestima como poco confiables y a los reportajes de la época se les acusa de tener motivaciones políticas. Estos académicos, a su vez, se valen de testimonios poco confiables que tiñen con sus propias motivaciones políticas.
La pregunta que vale la pena hacerse es cuáles son dichas motivaciones políticas; ¿por qué el interés de dedicarle plazas, estatuas y un año entero a un personaje sombrío que la historia más honesta se niega a absolver? Pienso que el viejo refrán también puede y debe adaptarse a los proyectos políticos: dime a quién enalteces… y te diré quién eres.
[Foto de portada: Biblioteca del Congreso de Estados Unidos de América]
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