Oficio de genitalia es el último libro del escritor guatemalteco Rafael Gutiérrez, y desde la portada podemos intuir qué camino transitaremos a través de su poética. En ella se muestra un sugerente fruto carmesí que elude de inmediato al órgano sexual femenino, y desde luego, el símil que hay entre los frutos de la naturaleza y la sexualidad humana no es ninguna novedad. Por hacer una mención bastaría recordar al cantautor Luis Alberto Spinetta y su emblemática y maravillosa letra en Durazno sangrando o a Carmen Matute, nuestra Premio Nacional de Literatura, con su exquisito poema «Propuesta del higo». Incluso en la remota época de los griegos se llegó a comparar el día y la noche con un acto sexual llevado a cabo por los dioses.
En Oficio de genitalia naturaleza y sexo se funden, no de manera aparente sino en un entrelazado que juega con los sentidos. En todos los poemas vemos que el erotismo y el sexo redimen y castigan al hombre tal como lo manifiesta Octavio Paz en La llama doble respecto a la sexualidad en Occidente que versa sobre el goce, el castigo y la redención. Gutiérrez desnuda al ser humano de todo sentimentalismo y convencionalismo social, mostrándolo en una forma primitiva en la que cede a sus instintos. Los eufemismos se desvanecen y, en su complejidad, el poemario equivale a un ave rara; erótica y visceral.
El poeta interroga los excesos para encontrar una suerte de vitalidad dentro de una sociedad convulsa que puede ubicarse en la periferia de cualquier ciudad moderna, habitada por animales nocturnos esperando cazar o ser cazados. A pesar su temática de predominancia sexual, de drogas y de rock and roll, en sus versos se transpira la soledad de un hombre errante. En Oficio de genitalia la poesía no profesa un lenguaje sexista ni misógino por sí mismo sino a través de su contexto. En la poesía de Rafael Gutiérrez no juegan este tipo de epítetos. Es la exaltación de un señor Hyde que devora por completo a un doctor Jekyll.
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