Paso unos días lejos de casa. Estoy rodeado de montañas verdes como paltas y respirando zumo de mandarina. El clima ronda los cero grados y el silencio apenas se rompe por el silbido del follaje que hace crujir las ramas de los árboles. Calculo mal mis lecturas y una amiga me salva prestándome dos libros para las muchas horas de viaje. Empiezo con Marabunta, poemario del mexicano Balam Rodrigo, que me vuelve a enchufar con la tensión que se vive en la frontera de mi país con México —utilizada por Donald Trump como botín preelectoral para construir su muro sin cemento y sin necesidad de albañiles—, sino con bloques de carne humana apelmazada por cientos de soldados. Apostó bien Trump, pues no fue su frontera la salpicada de sangre y llanto, sino la siguiente en dirección sur, entre México y Guatemala.
El hilo conductor del libro es el viaje del narrador junto a su padre. Ambos cruzan todos los días el río Suchiate hacia el lado guatemalteco para buscarse allí la vida vendiendo cualquier cosa al filo de navaja entre mareros, traficantes y policías corruptos, asolados todos por el hambre y la enfermedad que sirven de caldo de cultivo:
La muerte cruza por el aire el Suchiate
El hambre cruza por el aire el Suchiate
La enfermedad cruza por el aire el Suchiate
El odio cruza por el aire el Suchiate
Estas palabras cruzan por el aire el Suchiate
México perdió a manos de Estados Unidos muchos territorios de la costa pacífica (California, por ejemplo), pero compensó al anexarse a Chiapas, que perteneció a la Capitanía General de Guatemala hasta 1824. El estado más al sur de México tiene muchos rasgos comunes con el triángulo norte de Centroamérica: mayoría indígena, geografía escabrosa y comunidades postergadas durante siglos. A pesar de haber nacido en México, Rodrigo no establece diferencia de nacionalidad, sino que se reconoce como mesoamericano, invirtiendo a lo largo del texto el vector que suele dirigir la migración del sur hacia el norte:
Para nosotros no existe la frontera: somos como el viento, como las nubes, como el humo.
A mitad del libro hay un diálogo con el compadrito Jorge Luis Borges en su faceta cuchillera, blandiendo el arma blanca para hermanarse con los matones que habitan en la frontera; pero aquí no hay pampa ni gauchos con bolera: abundan los haitianos, venezolanos y africanos descalzos que se enfrentan al ejército y sobreviven a través del del tráfico de pieles y sustancias («El comercio de sueños entre aquellos que tienen poco para soñar»).
Casi al final del libro vuelvo a pensar en Pedro Páramo secundado por Fulgor Sedano, su milusos que escarban y hacen crecer el dolor y la miseria de sus peones bajo las estrellas que titilan odio y soledad:
Los ojos del viento silban desiertos
lo mismo que el migrante que desmaya
y el perro que ladra con gotas de sol sobre el hocico.
El otro libro que traigo para el viaje es el último cuaderno de José Saramago. Aunque me pareció un rejuntado editorial para sacar más leña de un árbol muy florecido, también deja ver varios sablazos. Menciona el Nobel portugués, como solía hacerlo con frecuencia, a las comunidades de Chiapas: «El lugar donde los más despreciados, los más humillados y los más ofendidos de México han sido capaces de recuperar intactas una dignidad y una honra nunca definitivamente perdidas». El fragmento podría ser epígrafe del libro de Balam, pues Saramago siempre alzó la voz en nombre de chiapanecos y migrantes de la zona.
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¿Quién es Leonel González De León?