Aproveché la hora del almuerzo para adentrarme en uno de los centros comerciales más grandes del país. Mi misión era llegar a la librería con nombre genérico para comprar Kentukis, la novela de Samantha Schweblin que tenía ratos de querer leer, pero al llegar me encontré con una sorpresa: las estanterías estaban de fiesta. La nueva novela de un premio Nobel latinoamericano acababa de arribar. «Es el estreno mundial», me dijo el vendedor.
Recordé haber leído vagamente algo de eso, pero la noticia no me logró calar porque, al igual que Javier Payeras, pensé que Mario Vargas Llosa era de esos autores que ya había dejado atrás. Agarré uno de los ejemplares recién salidos del horno y leí la contraportada. Vargas Llosa volvía a las andadas de las novelas históricas, pero esta vez para hablar de Guatemala, de Centroamérica.
Para no alargar más esta introducción, la historia corta: compré Tiempos recios y ese mismo día la comencé a leer. Sin conocer demasiado sobre la historia del país vecino. Sin saber a qué me enfrentaba. Me movió la conexión que se establecía entre este nuevo libro y La Fiesta del Chivo, a mi gusto una de las mejores novelas del peruano.
Aquí mis impresiones al respecto.
La primera observación
Tiempos recios arranca como un ensayo, no como una novela. Este capítulo introductorio gira sobre Edward L. Bernays y Sam Zemurray. El primero es considerado el padre de las Relaciones Públicas. No su inventor, como acota Vargas Llosa, sino quien lo elevó a la categoría de ciencia. El segundo, es un magnate estadounidense y empresario que por aquellos años dirigía una de las compañías que más profundamente han dejado huella en América Latina: la United Fruit Company.
Vargas Llosa desglosa esta primera etapa de la novela como un telón de fondo para lo que vendrá después. Estos dos personajes no vuelven a aparecer mencionados, pero su influencia pertinaz aparecerá reflejada en acontecimientos históricos que se desencadenan y donde los personajes tomarán acción.
La segunda observación
Como no podría ser de otra forma, la novela es una Novela con mayúscula. Vargas Llosa es —y perdón por la obviedad— dueño absoluto de sus herramientas y técnicas novelísticas: tiempos, personajes, situaciones, conversaciones, ambientes y emociones colocadas con la precisión que solo puede lograr alguien que ha consagrado su vida a este género.
El contrapunto de este dominio total del género y del lenguaje viene desde mi más visceral «orgullo» centroamericano: a Vargas Llosa, el voseo se le escapa por completo de las manos. Agradecí que al menos lo intentara, sobre todo en las primeras páginas, pero también lo odié mucho cuando en un mismo diálogo intercaló el «vos» y el «tú» como si fueran la misma cosa. Le concedo que no es un uso al que esté acostumbrado, pero reafirmó mi desprecio al pensar que se trata, precisamente, de un novelista consagrado y no de un novato. Además, el libro tiene pasajes innecesarios y algunas vueltas de tuerca que no llevan a ningún lado. Hay un dejo de cursilería en algunas situaciones que no puedo no señalar.
La tercera observación
Pese a mi rotunda ignorancia sobre la historia política-social de Guatemala en los años de Jacobo Árbenz Guzmán y de toda la guerra anticomunista que desató Estados Unidos en ese país, me quedó claro que no se trata de un documento histórico sino de una ficción documentada. Aunque para muchos sea una obviedad, no puedo menospreciar la capacidad que suele tener la gente para malinterpretar ciertas cosas que están por demás claras, así que subrayo: no se trata de un documento de carácter histórico, sino de una novela de ficción.
Ahora bien, resulta interesante ver cómo un defensor confeso de los modelos neoliberales se adentre a defender con tanta convicción el «error» histórico (lo matizo con comillas porque se sabe que de error no tuvo nada) que llevó a que el gobierno de la nación más poderosa del mundo comenzara una cruzada en contra de un pueblo centroamericano cuyo único pecado había sido, hasta ese momento, aspirar a convertirse en una república soberana.
La cuarta observación
A pesar del miedo a ser apedreado, me parece valioso que una de las voces más importantes de la literatura mundial haya escrito sobre esta región centroamericana, abundante en ficciones oficializadas a fuerza de balas y violencia institucional. Me parece valioso aun tomando en cuenta sus denostadas posiciones políticas y a pesar de que en redes sociales se desató un debate sobre por qué un extranjero debería llegar a contar de esta forma una historia tan propia y dolorosa.
Personalmente tomé esta novela como una bofetada para todos los que intentamos escribir desde este pedazo de tierra centroamericano: necesitamos comenzar a desentrañar nuestra propia historia desde nuestra ficción. Así como en Guatemala, en El Salvador también hay una cantidad importante de acontecimientos que se prestan para elaborar novelas que, además de entretener, nos recuerden de dónde venimos. O para —como aclara Jorge Volpi en la introducción de Una novela criminal— «evitar que una ficción elaborada por mí pudiera ser confundida con las ficciones tramadas por las autoridades».
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