Versalles, la serie que ha cautivado Netflix, está ambientada en la sede de la monarquía absoluta, moldeada por la voluntad del Rey Sol que pasó a ser un símbolo del concepto de poder. El rey atrapó a los cortesanos dentro de una sociedad basada en la emulación, el prestigio y el lujo: su residencia debía ser la más grande y la más hermosa con una decoración cargada de símbolos. Según el libro oficial del palacio de Versalles, tenía una corte que oscilaba entre las 3 mil y las 10 mil personas; es por ello que toda esa multitud exigía una reglamentación severa y una etiqueta impecable. La etiqueta confirmaba los rangos y las jerarquías en el interior de la corte y los gestos más íntimos del soberano, como levantarse, acostarse, dormir o incluso comer eran percibidos como acciones de Estado.
En la serie, al Rey Sol se ve ataviado con un vestuario impecable y con un cabello como recién salido de la peluquería. En constantes ocasiones aparece solo y cualquier persona puede entrar a hablar con él de tú a tú, pero en la vida real esto no fue así. Luis XIV usaba una peluca enorme y enmarañada tal y como lo muestra el retrato de Jean Garnier del siglo XVIII, con sus ojos de un marrón amielado, una protuberante nariz y el pequeño bigote que le aparecía justo arriba de su boca carnosa, como dibujado por una fina curvilínea.
Pero fue en una de las escenas de la tercera temporada en donde aparece Luis XIV bañándose en una tina, con unos profundos ojos azules atormentados. Es entonces cuando se llega a dudar de la veracidad de la serie, pues bien es sabido que el baño no era un hábito de higiene común como es visto ahora. Según un artículo de la revista National Geographic, la gente no se bañaba en el siglo XVIII porque existía la creencia de que el agua podía facilitar el contagio de la peste que mató a decenas de personas en toda Europa, por ello desde la segunda mitad del siglo XIV los médicos desaconsejaban los baños. Por esta razón no es raro corroborar, incluso el Duque de Saint Simón lo detalló en sus memorias, que El Rey Sol solo se bañó dos veces en su vida.
El duque dice, además, que se limpiaba la cara con un poco de alcohol y saliva que vertían sobre un algodón y que bajo las aparatosas pelucas que a Luis le gustaba cambiarse constantemente habitaban cientos de parásitos que los cortesanos rascaban con un una mano de marfil. En Francia se inventaron los perfumes para tapar la peste que emergía de entre las faldas suntuosas, las pelucas altas y las esquinas que relucían entre el oro y la mierda.
En una carta que Madame de Orleáns —cuñada de Luis XIV— envió a su familia se quejó de la falta de letrinas en el palacio: «Debes ser muy feliz de ir a cagar cuando quieres. Aquí me veo obligada a aguantar hasta la noche. Tengo la desgracia de vivir sola, y por lo tanto la pena de cagar afuera, lo que me enoja, porque me gusta cagar cómoda y no cago bien cuando mi culo no está cómodo. Lo mismo, todos nos ven cagando…» Y es que las mujeres también orinaban de pie en donde podían porque las letrinas públicas quedaban muy lejos.
Según el historiador Mathieu da Vinha, para evitar «accidentes» pusieron sillas perforadas detrás de biombos en algunos pasillos para que los súbditos no cagaran en los jardines o patios principales del palacio. Por esa razón colocaban flores aromáticas y rociaban con perfume constantemente, para disimular un poco la hedentina.
Las sillas perforadas, que a veces metían entre los armarios, tenían flecos de oro o plata y eran una especie de inodoro portatil de madera forrado con una tela de terciopelo roja en el sentadero. Al rey se le acercaba la silla dos veces al día, en la mañana y en la noche, pero llegó a dar incluso audiencias mientras permanecía comodamente en su silla perforada al lado de su esposa, Madame de Maintenon. El ritual para limpiarle el trasero al rey incluía una toalla perfumada y empapada en alcohol y se consideraba un privilegio poder hacerle este servicio.
Aunque no solo en la corte de Versalles el trabajo de «limpia culos» era un privilegio. En la corona británica, desde el 1500 hasta el año 1700, una serie de nobles se disputaban el tan majestuoso cargo de acompañar al rey al baño. Durante el reinado de Enrique VIII se instauró que los acompañantes del rey fueran nobles caballeros a quienes el rey contaba sus intimidades mientras se pedorreaba. Pero cabe resaltar que a los monarcas en el exilio se les negó la utilidad del asistente para ir al baño. ¡Debieron sufrir demasiado!
En Versalles estaba prohibido arrojar la caca por la ventana, algo que debió ser una práctica normal. Entonces un sinnúmero de sirvientes se encargaba de limpiar diariamente las casi 350 sillas perforadas que había en el palacio al final del reinado del Rey Sol y distribuían los desechos hacia pozos en las diferentes alas del castillo. Por lo tanto, esos enormes vestidos, que se podían manchar de heces fecales, heder o ensuciarse constantemente debían ser cambiados varias veces al día. Llevar un vestido limpio era indicador de la posición social, porque entre más dinero tenía una persona, más veces se cambiaba el vestido.
No cabe duda de que en la modernidad vivimos como reyes, aunque solo sea por el excusado.
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¿Quién es Gabriela Grajeda Arévalo?