¿Qué significa «editar»?


Hay novedades en el mundo editorial guatemalteco. Finalmente, una universidad de por aquí le puso atención al asunto y en julio se abrió una maestría en edición. ¡Casi no podía creerlo! Me enteré tarde. El programa iniciaba esa misma semana. En cuanto una querida amiga me envió la mal diseñada publicación que rodaba por la web escribí al correo electrónico que anotaron para saber si había posibilidad de inscripción extemporánea, pero dos meses después sigo esperando respuesta.

En alguna pesadilla febril —acaso producto de los chicharrones que me comí a horas inapropiadas— veía a una editora hablando subjetividades sobre el proceso editorial. Ella parecía un poco obsesionada con el tema, tanto que había hecho de sus redes sociales una plataforma para compartir incoherencias: que si un editor no es un escritor frustrado ni solamente un vehemente que corrige ortografía; que si publicar se diferencia del mero ejercicio escritural en que implica una cohesiva e intencional edición; que si editar es un proceso creativo tan potente como escribir… En fin, tonteras de ese tipo compartía la pobrecita, como si a alguien le importara.

Me solidarizo con ella y creo que por eso mi sorpresa fue mayúscula al ver que en el país ya había una propuesta formal para incluir la edición dentro del canon académico. ¡Aplaudo la iniciativa y le deseo parabienes! ¿Por qué es tan importante ese esfuerzo? Porque editar es un paso determinante en el proceso comunicativo textual y audiovisual. Editar implica un esfuerzo creativo articulado y sincronizado con el autor del contenido, lo que genera un registro polifónico que se acomodará en un género discursivo, diría Bajtín.

La ingenua editora decía en mi pesadilla: «Si quisiéramos ponernos exquisitos y elaborar un poquitín de pensamiento al respecto, me atrae la idea de posicionar los procesos editoriales dentro de la fenomenología de la comunicación, no dentro del pseudomecánico proceso de reproducción en masa. Desde ahí es posible aplicarle a la edición el filtro de diferentes disciplinas para analizarlo. ¿Con qué objetivo? Pues por deporte, simplemente por el placer de meternos en el laberinto del pensamiento y del lenguaje.

»Hablando del lenguaje, me incomoda que se aprecie la edición solamente desde el hecho lingüístico, aunque obviamente se inscribe allí. Casi puedo escuchar a Saussure y Sanders Pierce decir que la edición aporta una carga semiológica y semiótica que le brinda identidad al significante para que el escritor comparta su significado a través del diálogo con su lector».

Desperté sudando, con taquicardia. Yo veo el proceso editorial con un poco más de encanto filosófico o crítico, a lo Benjamin. Un editor bien podría encajar en el perfil de ese guardián del umbral que abre la puerta al proceso reflexivo de la obra en la que interviene con un criterio absolutamente generoso, enfocado en adoptarla, analizarla y sintetizarla, deducirla e inducirla para que se integre a la constelación de fragmentos de la vasija rota que es la materialización del pensamiento humano.

El proceso editorial no es cosa mínima, aunque sí minuciosa. No es simple verificación del nivel de apego a la normativa del idioma, sino una constante metamorfosis en la que el editor se convierte en cómplice de la voz del escritor que desea encontrar su lugar en la paradoja del inconcluso universo letrado.

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