Desde luego, escribir nunca ha sido tarea fácil ni lo será. Es una actividad que va más allá de un mero talento y del límite entre la razón y el sentir. Escribir es un acto de valentía porque, aunque no precisa de poner el sentimiento en manifiesto y aunque se escriba a partir de la reconstrucción de ideas, quien escribe se expone a la crítica desde todos sus ángulos: desde un esnobista que se cree dueño de los cánones literarios hasta el juicio de un lector primerizo. Y exponerse a la crítica requiere valor.
En segundo término, escribir conlleva a un serio compromiso consigo mismo y con aquellos potenciales lectores que podríamos tener. Y no me refiero a una responsabilidad moral sino estética, pues requiere una larga fase de reflexión aunada a un proceso creativo: qué quiero comunicar (ideas y temas), por qué quiero hacerlo (argumentos) y cómo lo haré (géneros y estilos literarios).
A lo largo de la historia se han escrito uno y mil textos al respecto. Vargas Llosa, Cortázar y Borges son tan solo unos cuantos literatos que han escrito ensayos y/o narrativa acerca del arte de escribir. Hay todo un cúmulo de producción ensayística que los escritores de nuestra generación han heredado de sus antecesores. Sin embargo, a pesar de ello y de los cánones de la «buena» literatura, nadie podrá definir nunca a ciencia cierta quién puede ser o no un escritor.
No obstante, hay una línea delgada que diferencia al verdadero escritor de uno mediocre: la intencionalidad detrás del texto. Pareciese un detalle minúsculo, pero no es así. La intención detrás del texto marca una diferencia abismal entre la calidad literaria y la charlatanería bibliográfica. En otras palabras, la intención de construir todo un universo literario a partir de ideas propias y totalmente originales dista mucho de la palabrería cursi destinada a convertirse en un éxito rotundo de ventas editoriales.
No me malinterpreten: no me opongo a que una persona desee obtener remuneración económica por su obra. Eso es válido y no tendría por qué demeritar su producción, pero sí difiero con cada autor que produce con el único objetivo de darle en cucharada grande al lector promedio todo aquello que pide y se le antoja, literariamente hablando.
Por último, quienes escriben aquello que el lector no espera leer, sin preocuparse si sus letras serán bien o mal digeridas; esos que remueven emociones, desmitifican dogmas y suscitan hondas reflexiones por medio de cada una de sus palabras cuidadosamente elegidas, son a quienes considero dignos de ser llamados escritores.
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¿Quién es María Alejandra Guzmán?