El discurso del intelectual y su exquisita inutilidad


javier-gonzalez-blandino_-perfil-casi-literalA Víctor Ruiz

La figura del intelectual como el agente que incide con frecuencia a favor de su sociedad, a estas alturas, creo que ya se ha disipado sin muchos cuestionamientos. O quizás, creo que esta solo ha existido en el propio imaginario de algunos intelectuales —escritor o poeta—, en el inventario de sus ficciones más creíbles. Intento no incurrir en trampas de arena discursivas, solo digo que un hombre de pensamiento no interviene —o no influye; ustedes elijan el verbo— en la agenda de decisiones de un Estado, una cultura o una época. Ni tampoco lo hará. Pero este no es un reproche, ni mucho menos un asunto de autoestima artística. Ya es un consenso bastante obvio que el único fin de la literatura es el goce estético y que cualquier otro propósito que quiera verse en ella no es más que una impostura o una prótesis publicitaria. Pero es que seduce, siempre ha sido una imagen con potencia —entre los lectores, quiero decir— de que este sujeto con erudición y atributos sensitivos —un Borges como un abuelo sabio, un Cortázar viral, un Hemingway, un Galeano valiente, un Neruda comunista— marcara tendencia en las situaciones más importantes de la vida real, pero no es así; de forma que, formidables textos contestatarios o libros completos en los que se transparentan con lucidez y coraje los conflictos más comunes de nuestras sociedades, simplemente van quedando a la deriva. Se citan públicamente, es verdad, se leen entre la comunidad devota de lectores. Se forman barricadas de conocimiento con ellos, se arrojan como jabalinas… Pero eso es todo. La realidad continúa torcida y las sociedades al filo de sí mismas.

Tengo que recurrir, inevitablemente, a un mínimo registro con ejemplos al caso, aunque me asemeje con ello a un vendedor de cuchillos usados. En la Feria del Libro de Madrid del 99, y en medio de una multitud de lectores, José Saramago sentencia con honestidad: «Si la literatura pudiese cambiar el mundo, el mundo estaría cambiado. Ha servido para algo, es verdad. Pero el mundo ha seguido su camino y por razones que no son literarias». Valiente y sobria confesión del portugués para estos tiempos de crisis. O bien, podemos citar a Octavio Paz a la manera de su arte poética: «El lenguaje —poético, literario— no habla de las cosas ni del mundo. Habla de sí mismo y consigo mismo». Virtuosa forma de admitirnos que la literatura es autosuficiente y de que el escritor en todo momento no deja de monologar, ni lo hará. Porque, precisamente, es debido a esta reclusión —¿alguien dijo evasión?— que el milagro de la creación literaria ocurre. Oscar Wilde, por su parte —nunca puede faltarnos una cita de este hombre— nos pone las cosas en claro con su afirmación: «Una preferencia moral en un artista es un imperdonable amaneramiento de estilo […] la única moralidad del arte consiste en hacer un uso perfecto de un medio imperfecto: el lenguaje». Y finalmente, José Ángel Valente nos revela que «La literatura es una cosa para andar en lo oculto, para echar púas de erizo, para encontrar un vacío secreto y quedarnos en un agujero sin que nadie nos vea».

En fin, estantes repletos con frases solo para referirles que el intelectual, ya sea que escriba ensayos, caligramas o novelas de 800 páginas, está claro que no se debe más que a su propia escritura y que fuera de esta no hace más que trastabillar o deslucir en público. Como aquellos que han corrido como presidentes; aquellos que publican en los periódicos como si el presidente de la república, en el desayuno, cambiará de opinión al leer su artículo en el diario; o incluso, los que alguna vez alucinaron —parece que las drogas eran más potentes en esas décadas— con talleres populares de poesía y que la poesía caminara por las calles.

Claro, estoy al tanto de que existen también escuelas literarias comprometidas socialmente, autores que con los años se rasgan las camisas y repudian toda literatura evasiva, hedonista. También he leído entrevistas a escritores que yo respeto mucho donde hablan del compromiso de la escritura con la sociedad y de las utilidades inmediatas que debe cumplir el hombre de letras. He leído verdaderas diatribas intelectuales cuestionando las decisiones de algunos de nuestros gobernantes o ilegalidades todavía impunes, frases llenas de sobriedad que desenmascaran los vicios más comunes de nuestra sociedad. Y están bien para el titular de un diario, están bien como un recurso textual para evacuar la impotencia personal o para vernos como hombres cultos que leen y que comparten estas frases, pero hasta ahí. Recientemente, 1984 de George Orwell se ha agotado por las superventas a causa del ascenso de Trump al poder. Y Chomshy, el sabio incansanble de Chomsky, creo que todos los días publica un poderoso texto a favor de las causas sociales. Pero hasta ahí. La civilización continúa su curso irremediable. Un libro o un autor cualquiera no van a poner en crisis un sistema de valores culturales ni van a tambalear una estructura de poder, ni nada parecido a esto.

Voy cerrando con una anécdota, o mejor dicho, una confesión. Hace poco más de dos años el Departamento de Literatura de la UNAN-Managua coordinó un conversatorio titulado ruidosamente algo así como «La nueva literatura nicaragüense de posguerra: 1990-actualidad». Los fines, sobra decirlos, consistían en dialogar con los creadores y examinar, desde sus puntos de vista —y obras, claro—, en qué medida la literatura nacional ha dado cuentas de lo que ha ocurrido en este país en las últimas décadas. Algunas premisas —casi acusaciones— rodeaban esta discusión, entre ellas que la literatura local era solipsista y estaba evadiendo la puesta en escena de los conflictos nacionales —duras e ingenuas palabras—. Yo fui uno de los que encabezó estas recriminaciones. Las conclusiones, casi unánimes, fueron contundentes. Es absurdo pedir cuentas al poeta y al escritor. Sí, absurdo es la palabra. Fuera de lugar exigirle que sea un cronista de su tiempo. Y si alguno lo ha hecho en correspondencia con sus búsquedas estéticas individuales, pues está bien; y si no, también está bien. Porque como ya citamos, los fines de la escritura son individuales y no colectivos. Y en esto no cabe la menor recriminación porque atenta contra la naturaleza de la obra de arte: su estética misma, en la que no cabe otro compromiso más que con el lenguaje mismo.

Ahora bien, concluyo con otra cita del mismo Saramago —ya vieron que cuando me agarra la citadera es como una crisis de estornudos—: «Si el mundo alguna vez consigue ser un mejor sitio, solo habrá sido por nosotros y con nosotros». Y en esto sigo de acuerdo con el autor que popularizó la ceguera —moral, espiritual, etcétera—. A decir: son las decisiones personales que tomamos, que toma el hombre común, anónimo y sin atributos artísticos, las que seguramente enrumben una época, y no el discurso glamuroso de un premio Nobel o los enfurecidos artículos de un intelectual de bolsillo. Decisiones cotidianas y en apariencia inofensivas (las nuestras movidas por la vanidad, la ira o la compasión). Ya sé que no se escucha muy convincente esta idea y hasta parece ingenua o alguien la habrá elucubrado mejor, pero no tan ingenuo como arrescostarnos al ideal de que una sociedad cualquiera va a reflexionar o a concientizarse con un texto literario y que gracias a ello un Estado o una cultura llegará a ser otro lugar posible.

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4 Respuestas a "El discurso del intelectual y su exquisita inutilidad"

  1. Francisco Haroldo dice:

    Creo que su artículo se contradice a sí mismo. Usted se esfuerza mucho en ser banal, pero no lo consigue.

    La vacilación de su perspectiva está en ver al arte en el desfile de las calamidades públicas. Periódicos, talleres, discusiones universitarias… Sería como operar un tumor cerebral con tijeras de peluquero. Da náusea pensar en aquellos «artistas» en quien usted pensó al escribir su texto. (Aquí en Guatemala hay muchos; algunos de ellos están infiltrados en esta página de Internet).

    Este es mi pensamiento, germinado gracias a la lectura de su artículo:

    Toda creación poética, toda creación artística, es una decisión personal, tomada por hombres y mujeres comunes y corrientes, de carne y hueso, que son los artistas. Las más grandes creaciones artísticas son desde el principio y hasta el final decisiones cotidianas y en apariencia (solamente) inofensivas.

    El arte es una excepción; los artistas son excepcionales. Por eso el arte es el quinto elemento de la naturaleza (agua, tierra, fuego, viento y arte); por eso los artistas son los seres humanos más ínfimos, descartables (como diría Saramago), intrascendentes, invisibles. El artista es poco menos que un piojo en la cabeza de Sísifo, pero si no estuviese ahí, no valdría para nada el sudor de este.

    ¡Que no le de miedo reventarse la cabeza contra el molino de viento! ¡Arránquele el último capítulo a la segunda parte del Quijote!

    «Somos más poderosos que la Bomba». Thomas Merton

  2. Oscar dice:

    El problema con este artículo es esa unívoca forma de ver la literatura y la cultura. El autor parece ponerlas en un pedestal por fuera de la sociedad civil (la polis) cuando está dentro de ella se quiera o no por lo que ningún escrito que llegue más allá de su autor puede ser estrictamente individual. Si quiere quesea individual guárdelos debajo de su colchón de lo contrario se convierten, sin el permiso del autor, en colectivos.

    Yo creo que se evidencia el discenrimiento a la hora de concebir los social y político, pero bueno, es parte de lo que se vive en estos tiempos es decir, sin saberlo, usted acaba de ser un cronista muy elocuente de su tiempo. Habría que enviarles este artículo a algún catedrático de arte de la UFM, sin lugar a dudas se los pasaría a sus alumnos para que fueran cayendo en ese «hedonismo» en el cual otra vez cayó en una unívoca forma de ver el placer…

  3. Luis Alfredo Beteta Perera dice:

    Si la literatura y el arte en general de verdad cambia en algo la realidad, entonces sería cualquier otra cosa, pero quizá no sería arte. De ahí por qué la literatura y el arte no puede tener en principio un fin utilitario. Así, corre el riesgo de convertirse en panfleto, un panfleto que sin duda no hará cambios. Lo siento, el arte no proporciona fórmulas mágicas que «arreglen» a las sociedades. Sin embargo, también coincido en que la literatura y el arte comprometido con una causa merece llamarse como tal siempre y cuando no traicione su esencia misma de objeto artístico e inútil.

  4. Francisco Haroldo dice:

    Javier González Blandino: en su propio país, el día de hoy, ha ocurrido algo que ridiculiza la postura de su artículo.

    La presencia de un poeta y el significado de su obra, próxima a las personas que sufren por el solo hecho de ser humana, molesta, irrita, interfiere con los planes de los títeres del poder abstracto. ¿Cómo puede alguien que ame la poesía decir que esta no sirve para nada, que un poeta auténtico no es un bastión de su sociedad, alguien que, con su solitaria labor, genera alternativas ante las aberraciones históricas que provocan el sufrimiento?

    La dictadura que gobierna Nicaragua está acosando a su más grande poeta vivo: Ernesto Cardenal. ¿Qué motiva este ataque? Usted quizá esté mejor informado que yo. Sin embargo, sin investigar demasiado, sé que Cardenal es un huésped incómodo en su país (como lo sería en cualquier otro), un hombre inconveniente, basta decir un poeta.

    La poesía no puede servir o no servir, porque no es un objeto. (Como bien menciona el señor Oscar, tal opinión es incubada en los centros de adoctrinamiento político como la UFM, de donde emanan, al menos aquí en Guatemala, todas las pestes relacionadas con la vida social).

    La poesía es un gigante natural y sobrenatural, una montaña mitológica de la que se origina la comunicación humana, que teje la realidad de la vida y de la muerte.

    Señor González Blandino, usted no parece ser un adoctrinado ni nada por el estilo. Creo que su artículo responde más a la intención timorata de colocarse del lado de la moda fácil. Pero, dése cuenta, el hecho mismo de que usted piense ya es suficiente para darle mil vueltas a la realidad. ¿Qué más quiere?

    Saludos.

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