Sandino y los giros de tuerca


rsz_2018-08-22-07-22-13-043Otro giro de tuerca en Centroamérica tras el retorno al poder del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua, en 2007, y del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador, en 2009. El siglo XXI en esta franja de tierra pareció finalmente iniciar —para desgracia nuestra— con el golpe de Estado en Honduras ese mismo año. Luego, en 2012, un militar en retiro señalado de cometer crímenes de guerra en el pasado llegaría a la Presidencia de Guatemala, aunque tres años después sería obligado a dimitir por un escándalo de corrupción.

Los procesos políticos en estos países han continuado desde entonces retorciendo sus realidades. En Honduras un presidente acaba de iniciar su segundo mandato bajo fuertes señalamientos de fraude electoral; irónicamente, justamente haber hablado de reelección fue lo que sacó por la fuerza al otro del poder. Una década después continúan las persecuciones políticas contra quienes aún repudian el golpe y ahora la reelección. Los activistas y periodistas hondureños asesinados desde entonces son mucho más que cifras que generan mala publicidad.

Y ahora en este año se ve cómo empieza a tambalearse el FMLN en El Salvador, con unas elecciones municipales y legislativas poco favorables que anuncian un posible retorno de la derecha en 2019, cuando se elija nuevo mandatario. Y hasta Costa Rica ha tenido su particular calvario democrático con una segunda vuelta presidencial que pudo haber ganado un candidato cuya agenda abiertamente ultraconservadora llevó las manos de muchos a las sienes. Y Nicaragua…

En unos días serán dos meses de la crisis que estalló en abril en la tierra natal de Augusto C. Sandino. Tras once años de mandato de un exguerrillero ―que había sido ya presidente entre 1985 y 1990― con su esposa como vicepresidenta y varios de sus hijos ocupando funciones en el Estado, cada vez más personas han decidido salir a las calles, marchar, hacer plantones, levantar barricadas y bloquear carreteras. Enfrentar, en fin, un poder concentrado en cada vez menos individuos. Las víctimas mortales de esta situación superan ya la centena y la inseguridad ciudadana ha alcanzado cotas nunca vistas en ese país durante este siglo.

Sandino se levantó en armas contra una ocupación militar estadounidense hace 91 años. Luchó en condiciones desiguales a la par de voluntarios, en su mayoría campesinos, que conformaron el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional. Finalmente, en 1933, Estados Unidos retiró sus tropas y Sandino aceptó firmar la paz, pero sería asesinado por órdenes del director de la recién creada Guardia Nacional de Nicaragua, quien daría poco después un golpe de Estado.

Fue precisamente a uno de los hijos de este militar nicaragüense, devenido dictador y muerto en 1954 por un joven poeta, a quien el FSLN ayudaría a derrocar en 1979, tomando así el poder para implantar un sistema de inspiración marxista y tendiente hacia el comunismo. Eran años de Guerra Fría y, aunque «perestroika» estaba por entrar a nuestro léxico, todavía dio tiempo para que Nicaragua sirviera de teatro de operaciones y se alentara en su territorio una guerra satélite por parte de Estados Unidos y la Unión Soviética. Fueron tiempos de Contra y de miles de muertes, jóvenes nicaragüenses enviados a enfrentar o a defender una revolución que quedaría en deuda con el futuro.

La C. en el nombre de Sandino era por Calderón, pero muy temprano, estando en su lucha, se le ocurrió trocarla por César, reclamando así un halo de liderazgo fuerte que mucha gente todavía hoy parece buscar desesperadamente. Esta transformación ideológica en la figura del héroe (así nombrado oficialmente por el Estado en 2009) es apenas una pequeña muestra del poder de los símbolos y cómo su uso puede transformar la realidad.

Al siguiente año, en 2010, la editorial Aldilà publicó en Managua, precisamente en abril, un libro con tres textos emblemáticos para acercarse a la figura de quien, sin saberlo, daría nombre e identidad al partido político más influyente en la historia nicaragüense reciente. Augusto C. Sandino: Entrevistas-reportajes contiene los trabajos del mexicano Emigdio Maraboto («Sandino ante el Coloso», 1929), el vasco Ramón de Belausteguigoitia («Con Sandino en Nicaragua», 1933) y el nicaragüense José Román («Maldito país», 1933, pero inédito hasta 1979). Un libro que en sus 362 páginas se propone hoy —junto con otros como Sandino, general de hombres libres, del argentino Gregorio Selser, o El pensamiento vivo de Sandino, editado por el nicaragüense Sergio Ramírez— para ayudar a la comprensión del «otro», ese a quien quizá se combate desde la abstracción y que se materializa apenas en forma de insulto o golpe o bala.

Hay (también) una guerra simbólica en Nicaragua. Los manifestantes han derribado estructuras metálicas en forma de árboles asociados directamente con la vicepresidenta y esparcidas por toda la geografía metropolitana del país. Monumentos pintados de rojo y negro (como la bandera de Sandino, adoptados luego por el FSLN cuando se fundó hace más de medio siglo) se han vuelto a colorear, esta vez de azul y blanco (los de la bandera del país). A alguna estatua del héroe se le ha querido poner una pañoleta al cuello con estos dos mismos colores. Es una guerra en la que el propio Sandino-símbolo ―y lo que implica ideológicamente― podría terminar siendo una de las víctimas.

A la par de su batalla a muerte contra la injerencia imperialista en nuestros asuntos internos, Sandino tenía como proyecto la realización del «supremo sueño de Bolívar», una unión político-administrativa de los países hispanohablantes del continente. Y para lograrlo, antes proponía la unidad centroamericana. Y esto es algo que hoy, ante los nuevos giros de tuerca, no parece más cerca que hace un siglo.

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